Cuentos Aventuras
Cuentos Aventuras
Palitroche, el muñeco de trapo

Palitroche es un muñeco de trapo, tiene dos piernas largas y delgadas como caña. Es tan alegre y divertido que se pasa la vida jugando con su amigo Juan. Por eso tiene rotos el pantalón, la camisa y su blusa. Hasta su gorrita de cuadros marrones y blancos tiene un agujero grandote como el ojo de un oso. Pero a veces Juan se ríe de él y entonces Palitroche se enoja. Otras veces Juan lo deja olvidado en un rincón y entonces Palitroche se pone triste.

Así es Palitroche, el muñeco ilusionado con alma de risa. Tierno y triste, anhela el reencuentro, esperando ser abrazado nuevamente por su amigo. A veces se alejan, pero siempre vuelven. Juegan mucho: corren por el pasto, saltan por los charcos, exploran el jardín y descubren juntos sus secretos. Pero de un momento a otro Juan se ausenta y los días pasan. El tiempo transcurre, y como un río veloz que cruza por el campo, lleva a Juan a crecer; a vivir nuevas travesías lejos de Palitroche. El muñequito, ahora abandonado en un baúl, aguarda paciente. Juan no llega. Ya no lo frecuenta y Palitroche decide dormir por un largo, largo tiempo.

Y así pasan los años...

Hasta que, un día, Juan, ahora un adulto hecho y derecho, encuentra a su viejo amigo escondido entre recuerdos. Los ojos de Juan se abren de asombro y un par de lágrimas recorren sus mejillas. Entonces, su corazón salta como una cometa de alegría mientras acaricia al muñeco entre sus manos. Palitroche despierta de su largo sueño, y el reencuentro lo sorprende. El muñeco de trapo estira sus largos brazos y sus manos de mitones. Llora conmovido. Ha sido mucho tiempo, pero de pronto, los ecos de sus risas pasadas llenan la habitación, como esa melodía familiar de los tiempos del colegio.

Con amor y cuidado, Juan remenda a su querido amigo. Zurce el pantalón, la camisa y su blusa, pero deja intacta su gorrita de cuadros marrones y blancos. Sin perder su estilo, el muñequito recobra su brillo. Ahora se ve tal como el día en que la mamá de Juan confeccionó a Palitroche. Y Juan, con nostalgia en su mirada, comparte a Palitroche con su propio hijo. Porque sí: Juan ya es padre, y Juanito es su hijo.

Padre e hijo, junto a Palitroche, viven nuevas aventuras: exploran mundos imaginarios, descubren tesoros escondidos y desafían a dragones invisibles. La risa de Juan, ahora mezclada con la de Juanito, se convierten en un eco que viaja por el tiempo. Un nuevo capítulo de la historia se escribe. Pero entonces, aparece Patricia... sí: la mamá de Juanito. O sea, la pareja de Juan. Palitroche se sorprende, la familia ha crecido. Aquel día, lleno de sorpresas, todos juegan hasta tarde.

Y así pasa una semana...

Juanito despierta un día y junto a su cama descubre una sorpresa. Por supuesto, se trata de Palitroche. Pero junto al muñeco hay ahora una muñeca pecosa que le toma de la mano. Tiene una falda escocesa plisada, además de dos piernas tan largas y delgadas como las de Palitroche. Un cintillo rosa y una flor violeta, adornan su cabello de lana roja. Palitroche está feliz, tiene ahora una compañera. Juanito le pone nombre: se llama Travesura y gusta de las bromas. Travesura mira con cariño a Palitroche y este la toma de sus manos.

Ahí están hoy, Palitroche y Travesura... con sus espíritus de trapo y corazones risueños. Durante el día juegan con Juanito, Patricia y Juan. También, cuando la familia está durmiendo, cantan y bailan juntos cada noche. Son muy amigos. Quizá más que amigos. También son seres mágicos. Así, con el tiempo, la familia va tejiendo lazos de amor y de recuerdos. Instantes que permanecen. Que nunca desvanecen.

Palitroche y Travesura, los muñecos de trapo, viven para siempre en el mundo de los cuentos, así como en los corazones de quienes conocen y conservan la magia de la amistad verdadera y los bellos recuerdos de la infancia.

Fin
Sir Cedric d'Jèrri

Poco antes del ocaso del medioevo, cuando las olas del mar aún rugían con la ferocidad de las bestias marinas y el viento soplaba con la fuerza del poniente ignoto, existía una tierra poco explorada y llena de misterios llamada Isla d'Jèrri: un rincón, en el canal de la Mancha, que llegó a nuestros tiempos más galantes bajo el título de la Bailía de Jersey.

Canciones antiguas profetizaban una gran batalla de tres leones guiados por un niño contra una bestia. Así pues, los esforzados habitantes de esta isla hacían honor a ese folclore, pues luchaban día y noche para proteger su hogar de las amenazas que provenían del mar embravecido; tanto así de los insociables piratas como de las sombras siniestras que se ocultaban en los rincones más oscuros y poco frecuentados de la isla.

En el corazón de esta administración señorial, se alzaba un antiguo castillo de piedra cuyos muros habían resistido viejas batallas al paso de los siglos. La fortaleza sostenía imponentes torres que se elevaban por encima de la densa neblina marina. Dichos baluartes representaban el último bastión de defensa contra esos temibles piratas que merodeaban las aguas circundantes, ansiosos por saquear y sembrar el caos bajo la protección de una bestia mítica a cuyo pronto despertar invocaban con extraños rituales.

Una noche, la oscura amenaza se cernió sobre la Bailía de Jersey... una sombra ancestral de pavor despertó de su letargo. Los rumores hablaban del regreso de la bestia pirata; un mal antiguo que durante siglos había estado durmiendo, sumergido en las profundidades. Un maligno ser del inframundo abisal cuyo único propósito era sumir a la isla y a sus habitantes en la oscuridad eterna. Su nombre era Ombrochïn: el azote de los kelpies y flagelo de los krakens.

Conscientes de su retorno milenario y entendiendo que solo a través de la valentía y la unidad comunitaria prevalecerían tras la batalla contra los piratas, los habitantes de la Bailía de Jersey se prepararon para enfrentar a la mayor amenaza de sus leyendas antiguas. Así fue como se organizaron y enviaron una primera avanzada de navíos para hacer frente a la bestia, tan pronto divisaron en la distancia a la flota enemiga que ésta protegía.

No obstante la bravía natural de los isleños, el optimismo y la confianza inicial pronto decayeron luego de que esa primera avanzada se hundiera en el horizonte. Los vigías en las torres no pudieron ocultar su temor al advertir que la bestia marina que lideraba a las fuerzas piratas era tanto más impresionante que aquella descrita en las antiguas gestas.

El Ombrochïn, la bestia abisal, empezaba con la forma de una serpiente marina de proporciones descomunales... más la cola terminaba en una serie de tentáculos monstruosos. Sus ojos destellaban como el fuego de los volcanes, y sus escamas oscuras, puntiagudas como clavos, se erizaban amenazantes con cada arremetida. Afiladas garras surgían al final de sus poderosos tentáculos, y sus mandíbulas, repletas de filosos colmillos, revelaban su deseo implacable de devorar todo lo que se cruzara en su camino. La criatura se retorcía a través de las aguas con un sigilo espeluznante aguardando a los navíos como un depredador esperando su próxima presa. Así, la flota pirata se encontraba protegida por el engendro que custodiaba su avance.

Al oscurecer ese día y tras la primera batalla perdida, la noche se hizo eterna. Una segunda y última avanzada de navíos comenzó a cercar el paso a los piratas, pero la batalla parecía perdida. El temor a un final inminente comenzó a cundir en los primeros corazones.

Fue entonces, poco antes de salir el sol y con la flota enemiga ya a simple vista, que un niño de unos diez u once años llegó corriendo a las tiendas de campaña que los jefes de los clanes isleños supervivientes habían levantado juntos, a la espera del combate en tierra.

—¡Señor, señor! —exclamó el niño, colándose en la reunión donde el más viejo de los caudillos organizaba la estrategia.
—¡Vete, chico! Deja trabajar a los mayores y corre a cuidar a tu madre. ¡Este no es lugar para un niño! —le reprendió un capitán.
—Perdí a mi madre al nacer, señor, y hace muchos años que a mi padre se lo llevó la mar —insistió el niño— Me crió mi tío, a quién perdí en la batalla de ayer. Mi tío me dijo que si no regresaba debía darle a Ud. esta carta.
Y el niño entregó su misiva al capitán.

Curioso ante la historia del infante, el capitán desató la carta. Era un mapa, y en el se señalaba el camino hacia una cueva desconocida que no figuraba en los planos oficiales de la isla.
—¿De qué se trata? —preguntó el viejo caudillo, que sabía reconocer momentos decisivos.
—Es un mapa, señor... ¡un mapa de un refugio que no conocíamos!
—¿Qué tan grande es? —preguntó otra vez.
—Si lo que dice aquí es cierto —respondió el capitán— Grande... muy... ¡muy grande!
El caudillo pidió el mapa y al estudiarlo, en seguida comprendió su importancia fundamental para la supervivencia de los clanes.
—No sé quién era tu tío, chico, y no entiendo por qué no nos informó antes de este secreto, pero cualquier nuevo refugio es una buena noticia. ¡Enviad de inmediato a los rezagados! —ordenó el caudillo— ¡Enviad a todos aquellos que no puedan luchar!
—Señor, si es la “bodega" de mi tío, él no me permitía entrar, pero... ¡yo sé donde está!
—¿Entonces sabías de esta cueva, chico?
—¡Si, señor!
—¡No se hable más! Ve con el capitán y guíale de inmediato... ¡No hay tiempo que perder!
El capitán movilizó velozmente a un reducido destacamento que custodió a los rezagados, siempre guiados por el huérfano que para entonces era el héroe oportuno más pequeño de esta historia. Llegados a la entrada de la cueva, en medio de unos matorrales cercanos a la costa, el niño advirtió al capitán:
—Señor, por la emoción del momento olvidé decirle que en la cueva hay un guardián.
—¿Un guardián?
—Un fantasma, señor.
—¡No cuentes! —replicó el capitán.
—¡Sí, señor! Yo lo vi sólo una vez... mi tío me advirtió que si algún día volvía a entrar, debía hacerlo “con un corazón humilde y acompañado de tres valerosos leones". De lo contrario no tendría su aprobación.
Sólo por complacer al niño que parecía convencido, el capitán llamó a los dos soldados más fieles de su guardia.
—Bien, chico, hoy no habrá leones. Pero somos tres soldados con espíritu valiente. Danos la humildad de tu parte y lo tenemos todo.
Mientras los rezagados esperaban afuera, el capitán entregó al chico una antorcha, y éste se internó por segunda vez en su vida en la cueva misteriosa. Antorchas en mano, los tres soldados le siguieron. El capitán tuvo la intención de explorar rápidamente el interior con el fin de ponderar las posibilidades para el grupo a su cuidado, pero inmediatamente quedó maravillado al encontrarse con un amplísimo espacio, totalmente preparado para recibir a tantos acogidos como numeroso era el grupo que protegía.
—¡Es perfecto! —exclamó— Aquí caben muchos de los nuestros, y los piratas jamás hallarán este lugar... ¡Está muy bien resguardado!
Estaban en eso cuando frente a ellos, y sobre una fuente natural de agua, apareció flotando lo que parecía ser la llama azul de una vela. La pequeña luz creció hasta confrontar el brillo de las antorchas. Los soldados se impresionaron, pero no retrocedieron. Entendieron que el chico decía la verdad: algo fuera de este mundo habitaba el lugar.
—Valientes hombres... —dijo una voz grave desde lo profundo de la caverna— Os encontráis en los aposentos del último Caballero a las órdenes de Arturo Pendragon. Aquí vivió parte de su vida Sir Bors, hermano de Sir Lancelot y leal custodio de la sagrada Excalibur. Yo soy su fiel escudero y por la magia de Merlín he esperado por vosotros desde los albores del viejo reino para enfrentar juntos vuestro destino. Hoy mi espera ha terminado.
La figura de plata fantasmal de un escudero apareció frente a ellos. Se arrodilló junto a la fuente de agua, y de ésta emergió el brazo desnudo de una dama sosteniendo una brillante espada dorada. Los presentes se arrodillaron, esta vez, temblando atemorizados por el encuentro espeluznante. El brazo de la dama se movió y Excalibur se posó sobre un hombro del escudero, y luego sobre el otro.

La figura de plata se volvió dorada, adquiriendo todo el temple y postura de un Antiguo Caballero digno de los viejos cantares de los más ilustres trovadores.

El capitán no pudo contener la emoción, y sin desviar la vista de semejante escena, susurró a sus subordinados:
—He oído esta historia profética... me la contó mi abuelo. Dijo que un día llegaría, sino en esta generación, en la siguiente o la posterior, un líder defensor de nuestro pueblo.
— ¿Sir Cedric? —preguntó asombrado uno de sus soldados con espíritu de león que conocía la leyenda.
— ¡El temerario! —completó el otro soldado leonino, mientras comprendía que estaban siendo testigos del nacimiento de una antigua leyenda que se creía fantasía de niños; siendo ellos mismos protagonistas de la famosa y enigmática balada que describía tiempos futuros.
— Es Sir Cedric y somos sus leones. Su nombre cobrará fama de su coraje y de su espíritu dispuesto como el agudo brillar de las estrellas. Así cantan las “gestas del mañana". Su prestigio y calidad humana también se extenderán tan lejos como perdidos están los últimos reinos de la Tierra. Tal es como augura el cantar.
La voz de la misteriosa dama resonó, entonces, como una melodía a través de las paredes de la cueva:
—Estás en lo correcto, joven capitán. Sir Cedric dedicará su vida a proteger al noble pueblo d'Jèrri y a salvaguardar la paz en la isla. Así como la luz de la mañana brilla en el horizonte, la bandera de la Orden de los Tres Leones flameará al son de la gaita mágica conservada por la familia del último hechicero celta de los antiguos clanes. Será tu misión encontrarles. Los tambores del valor también retumbarán de nuevo y por primera vez en muchos siglos. La bravía alimentará vuestros pacíficos corazones isleños. Adoptad, pues, al niño como vuestro escudero, y proteged éste: vuestro pequeño reino hermano en este rincón del mundo.

La escena se desvaneció, y las antorchas retomaron su protagonismo. Tras el divino encuentro, el capitán adoptó al niño por escudero, ordenando que hicieran entrar a sus protegidos a la cueva. Tan pronto como camuflaran la entrada, se reuniría luego con los caudillos.

Los piratas, por su parte, continuaban atacando a la segunda avanzada de navíos, siempre protegidos por la bestia, Ombrochïn: el verdugo de todo lo que es bueno. Algunas embarcaciones enemigas ya habían arribado a puerto y los primeros piratas incursionaban, tanteando las defensas de la isla.    

Una figura en armadura dorada apareció de pronto caminando en lo que sería pronto el campo de batalla.

Tras la noticia de que un extraño y radiante guerrero deambulaba inspeccionando sus brigadas, los caudillos de los diferentes clanes reunidos salieron al encuentro del desconocido. Pronto se percataron de que la sola presencia del extraño infundía valor en los corazones atemorizados, y el rumor de que un poder mágico había llegado a protegerles pronto comenzó a circular, trayendo a la memoria la antigua profecía.

Sir Cedric, el temerario, llamó a los valientes caudillos y a sus clanes:

—¡Hermanos y hermanas isleños, hijos de la libertad! —clamó— Por favor... ¡reuniros!
Las brigadas se reunieron en torno al nuevo y desconocido Caballero.
—Ha llegado el momento de alzarnos contra las cadenas de la oscuridad y reclamar nuestro derecho a vivir en un mundo de dignidad y honor. Hoy, en este campo de batalla, no luchamos por riquezas ni gloria personal, luchamos por la libertad misma: por el derecho a decidir nuestro destino en ésta, nuestra tierra libre de opresión... ¡libre de piratas!
—¡Son demasiados! —gritó alguien por ahí.
—¡Sí, lo son! —respondió de inmediato Sir Cedric— Pero, mirad a vuestro alrededor... veis a hombres y mujeres valientes que han decidido plantarse contra el mal que amenaza con consumirnos. Ya no somos simples individuos, sino un ejército unido por el fuego de la determinación y la pasión por la justicia. Los opresores podrán tener números y armas, e incluso algunos aparentarán bravía. Pero nosotros tenemos algo mucho más poderoso: ¡el deseo de proteger a los nuestros como un pueblo amante de la libertad que sabe que hace lo correcto!
—Pero... ¿cómo enfrentarlos? —preguntó un hombre lisiado— ¡Casi han acabado con nuestra única flota!
El Caballero contempló al hombre, que a pesar de sus desventajas y temores estaba dispuesto a dar la vida por proteger a su familia. Cedric reconoció el sentimiento y lo revalorizó:
—Veo en cada uno de nosotros una chispa de esta llama ardiente que resiste. No permitamos que esa llama se apague. Dejad que nuestras voces se escuchen en cada rincón de nuestra isla. Que el eco de nuestra valía inspire hasta el último de los nuestros a levantarse y unirse a esta voluntad conjunta. ¡No seremos silenciados, ni tampoco esclavizados! Hoy marchamos hacia el campo de batalla con el espíritu de nuestros antepasados guiando nuestros pasos y corazones. Ellos lucharon por la misma causa, por la misma tierra que amamos y la misma libertad que anhelamos. Y al igual que ellos, estamos dispuestos a darlo todo por nuestro sueño de una vida sin cadenas, una vida en la que podamos decidir nuestro destino.
—¡Dinos tu nombre, Caballero! ¡Explícales a nuestro pueblo quién eres y quién te ha enviado! —exclamó a viva voz el más viejo de los caudillos y a cuya palabra otorgaban gran importancia los jefes de los distintos clanes, así como sus brigadas y hasta los mismísimos granjeros dispuestos a defender sus tierras.
El guerrero de la armadura dorada no vaciló:
—Mi nombre no es importante, pero si os insistís... soy Cedric: aprendiz del escudero Lavain y junto a él, antiguo escudero de Sir Bors, quien fuera habitante y protector de la Isla d'Jèrri, hermano de Sir Láncelot, Primer Caballero de su Antigua Majestad, Arturo Pendragon, hijo de Uther e Igraine, y he sido enviado por la Providencia y la magia de Merlín con la misión de cumplir con vuestro destino.

Las aleluyas se elevaron al cielo. Pocos en la isla conocían esa noble parte de su historia. La extraordinaria revelación cambió las caras y enalteció los espíritus de un ejército de valerosos isleños que hasta entonces habían llevado vidas tranquilas y sencillas, pero en cuyos corazones guardaban todavía el recuerdo ancestral de un pasado glorioso, digno de honor y alabanza. Juntos los clanes, forjaron alianzas con las fuerzas mágicas que habitaban desde tiempos antiguos los bosques y playas de la isla d'Jèrri, formando una coalición de fuerzas benefactoras dispuestas a enfrentar al Ombrochïn, pero especialmente: a dar una lección de bravía y unidad a sus malignos invasores.

Envalentonados por sus primeras victorias, pero sobre todo por el número de saqueadores que triplicaba a los habitantes de la isla, las fuerzas piratas finalmente alcanzaron el campo de batalla. No obstante la injusta arremetida, fueron sorprendidos al no encontrase con los pacíficos habitantes comunes como esperaban, sino más bien con los más fieros guerreros que en toda su vida habían debido enfrentar. Una férrea defensa, tan heroica como propia de tiempos legendarios, se hacía partícipe de una nueva gesta en las futuras crónicas de poetas aun no nacidos.

La batalla final se libró en el corazón mismo del castillo, donde las fuerzas del mal y la luz colisionaron en una épica confrontación como pocas historias ilustres han podido contar.

La espada de Sir Cedric, heredera de la luz de Excalibur, brillaba con la fuerza de todos aquellos que habían luchado junto con él, tanto desde tiempos inmemoriales como en ésta: la batalla decisiva. Cada golpe que asestaba resonaba como un eco de la determinación de los honorables y muy valientes habitantes de la Bailía de Jersey.

En un choque titánico final, Sir Cedric se enfrentó cara a cara al Ombrochïn, blandiendo su espada con una destreza asombrosa digna de los reyes antiguos. La batalla rugió durante horas interminables, donde la oscuridad chocó de frente contra la luz innumerables veces, buscando fatigar su espíritu de lucha.

Los piratas comenzaban a retroceder cuando, finalmente, con un golpe poderoso que resonó en todo el castillo y hasta los confines de la isla, Sir Cedric atravesó el corazón del Ombrochïn, dispersando su maléfica presencia cual hechizo roto de Morgana en un grito gutural agonizante. La isla se iluminó con un resplandor dorado mientras la oscuridad retrocedía, y los habitantes de la Bailía de Jersey vitorearon... el bien y la luz habían prevalecido sobre la adversidad.

Cuenta la leyenda que tras la victoria, Sir Cedric desapareció del campo de batalla tan misteriosamente como había llegado. No sin antes prometer al niño, escudero del capitán del caudillo jefe de los clanes aliados, que algún día regresaría cuando su presencia se hiciera nuevamente necesaria.

Finalmente, el castillo fue reconstruido con los años, alcanzando de nuevo toda la grandeza de los cuentos de antaño. Así fue como se convirtió entonces y para siempre en un símbolo de la victoria y la unidad de los isleños de la Bailía de Jersey.

La historia de Sir Cedric y su lucha contra el Ombrochïn se convirtió más tarde en una leyenda que se contaría a lo largo de las generaciones; recordando a todos aquellos quiénes han convivido con la tradición que pesar de los momentos más oscuros, el valor, la lealtad y el honor pueden, con unidad, vencer al peor de los males cuando éste se atreva a amenazar la paz y la prosperidad de los pueblos libres y valientes.

Fin

El chivito y el lobo
Fábula de Esopo
Ilustración de Darkmoon

Había una vez un alocado chivito, que siempre estaba buscando la forma de escaparse del rebaño, pues ese modo de vida le resultaba aburrido. Estaba deseando conocer otros lugares y tener grandes aventuras que poder contar dentro de muchos años cuando algún día decidiese volver con sus compañeros.

Un día, aprovechando un despiste de los perros, consiguió escaparse. Aprovechó un hueco entre dos grandes piedras para escabullirse y, una vez fuera de la vista del rebaño, comenzó a correr rápidamente para alejarse lo máximo posible.

El chivito estaba loco de contento pues podría vivir todas esas grandes aventuras con las que tanto soñaba. Ya no tendría que hacer caso a las exigencias del rebaño ni tendría que ir nunca más a donde le mandasen los perros pastores con sus broncos ladridos.

Al poco rato de ir caminando en soledad, un enorme lobo le salió al paso. El lobo se relamía pensando en el festín que se iba a dar con el chivito, quien temblaba asustado pensando en que no tenía quien le protegiera.

Justo cuando el lobo se disponía a saltar sobre él para devorarlo, al chivito se le ocurrió una brillante idea: le pidió al lobo un último deseo que consistía en poder tocar la flauta. El lobo, que, aunque tenía mucha hambre no era malvado, accedió.

El chivito comenzó a tocar, entonces, una melodía que se esparció por todos los alrededores, llegando hasta los agudos oídos de los perros que custodiaban el rebaño y que se habían percatado de la desaparición del chivito.

Rápidamente, echaron a correr hacia el sitio de dónde provenía la música y el lobo tuvo que poner pies en polvorosa, salvándose el chivito de un final desastroso.

Fin
Moraleja
“La astucia es buena compañera, pero
siempre acompañada de la prudencia."
El tigre que perdió la candela

En el departamento del Chocó, cerca de la frontera de Colombia y Panamá, habita el pueblo Guna; cuyo territorio selvático y húmedo termina en las vecindades de la desembocadura del gran río Atrato en el golfo de Urabá.

Cuentan los Gunas que una insignificante pero astuta lagartija robó al tigre el fuego que poseía.

El tigre vivía a la orilla de un río y era el único que podía comer la carne cocida, porque era el dueño de la candela. Además el tigre tenía la satisfacción de reposar en su hamaca en tiempo de invierno, con un fuego debajo para calentarse y con las llamitas podía hacer lámparas y, en fin, era el único habitante de la selva que podía darse harto gusto. De manera que las otras personas y los demás animales empezaron a visitarlo y con mucha cortesía le rogaban:
— Préstanos tu fuego, compañero tigre.
Pero él se negaba y les metía un buen susto con sus potentes rugidos.

Entonces, convinieron en que la única manera de vencer el egoísmo del tigre era con un engaño. Había que robarle el fuego y, como no existía persona con fuerza suficiente para vencerlo, acordaron que la lagartija hiciera el trabajo pues tenía mucha astucia.

Además, la favorecía su manera de correr velozmente y su gran facilidad para esconderse.

Le dijeron lo que tenía que hacer y una noche la lagartija atravesó el río y llegó a la casa del tigre que dormía afuera en su hamaca y tenía muchos fuegos encendidos.
— ¿A qué has venido, animalejo? —protestó el tigre malhumorado.
La lagartija conservó su tranquilidad y respondió:
— Estaba extraviada y he venido a calentarme un poco, si tú lo permites... Además, puedo ayudarte a cuidar tus fuegos mientras duermes.
El tigre aceptó a regañadientes y mientras tanto cayó una fuerte lluvia que apagó todos los fuegos, menos la pequeña hoguera que ardía debajo de la hamaca. El tigre se durmió arrullado por el rumor de la lluvia y al poco rato roncaba estrepitosamente. La lagartija se movió con cautela y pensó que todo el fuego de la hamaca era muy grande para llevarlo, de modo que decidió soplar para apagarlo un poco. Pero el tigre se despertó sacudido por la indignación.
— ¿Qué es lo que haces? ¿Porqué apagas mi fuego?
— No —repuso la temblorosa lagartija— Lo ha apagado la lluvia, pero yo cuido de que no desaparezca del todo la candela.
Volvió a dormirse el tigre y la lagartija redujo el fuego a una pequeña llama que colocó en su cabeza y así pudo huir silenciosamente atravesando de nuevo el río.

Todos recibieron muy contentos a la lagartija. Y durante varios días celebraron su triunfo. La satisfacción era muy viva porque ahora todos podían cocinar la carne antes de comerla.

Y el tigre recibió su merecido, pues siempre lo vemos que come carne cruda.

Fin
El Sr. Hedgehog

Érase un pequeño animalito llamado el Sr. Hedgehog: un apacible erizo que vivía en compañía de un grupo de erizos. La mayoría un poco más jóvenes y descuidados que él. Entre todos se pusieron de acuerdo para construir un pueblo juntos. Y así trabajaron durante largas jornadas, hasta que un buen día terminaron. Todos estaban muy contentos y satisfechos... todos, menos el Sr. Hedgehog, que sentía que algo más le faltaba.
— El pueblo no está en el bosque, sino en el campo junto al río. —pensó el Sr. Hedgehog— Podría ser mejor...
Así que decidió buscar un lugar que le sentara mejor. Cual no sería la sorpresa de los demás erizos cuando, en un momento dado, lo vieron partir.
— ¿A dónde irá el Sr. Hedgehog? —preguntó curioso un erizo.
— Es verdad... ¿Qué está haciendo? ¡Parece que se va! —exclamó otro.
— No lo creo... —dijo un tercero— ¡Si acabamos de levantar un hermoso pueblo en un lugar tan bonito!
Así que enviaron al erizo más joven a preguntarle.
— Hola Sr. Hedgehog —le dijo ya llegando a la periferia del pueblo donde tenía su casita— ¿No lo está pasando bien?
El erizo mayor le respondió:
— Es bonito, sí... pero el entorno un tanto aburrido. He conocido mejores lugares, y estoy seguro que si exploro un poco más podría encontrar alguno de esos lugares que frecuentaba cuando niño.
El erizo más chico se levantó en sus patitas traseras y agitó las delanteras en el aire, buscando alcanzar la estatura del Sr. Hedgehog.
— ¡Suena interesante! Pero no se vaya muy lejos; sería bueno que nos visitara de vez en cuando. —le dijo el joven erizo con carita de pena.
— No te preocupes, muchacho —le consoló el experimentado erizo mayor— el bosque no queda lejos y prefiero buscar un rincón por ahí. Además y aunque la idea original parecía interesante, se supone que los erizos vivimos en los bosques, no en pueblos.
El joven erizo corrió a contarle a sus compañeros lo que pasaba, y por supuesto ninguno entendió ese cambio repentino. Después de todo habían trabajado mucho para tener su propio pueblo... como las personas.

Cuando parecía que todo el grupo iba a perseguirle para tratar de convencerlo, el Sr. Hedgehog salió corriendo hacia su casa. Rápidamente empacó su mochila con comida y agüita para beber. Tomó su brújula para no perderse, y una manta para estar calentito el tiempo que durara su aventura.

Ahí iba corriendo de nuevo el Sr. Hedgehog. Corrió y corrió lejos a través de los senderos, hasta que llegó a un bosque desconocido. Por suerte, el sol brillaba todavía a pesar que ya era tarde... pero el lugar parecía tranquilo y placentero. Ahí se sentó un ratito a comer su colación.

Estaba en eso cuando oyó un susurro detrás de él. Se dio la vuelta, sorprendido, pues estaba seguro que había dejado muy atrás a los insistentes erizos. ¡Que sorpresa se llevó cuando se encontró frente a él a una linda “Sra. eriza" que parecía vivir en los alrededores!
— ¡Buenas tardes! —saludó amablemente el viejo erizo.
Y pronto se pusieron a conversar. El Sr. Hedgehog le relató de su escape lejos del pueblo buscando un mejor lugar para su madriguera. La “Sra. eriza", le dijo:
— Vivo cerca y también tengo amigos aquí en el bosque. ¿Tal vez quieras venir? Es muy bonito donde vivo, y cerca se puede nadar en el río. Debe ser el mismo que pasa por el pueblo de tus amigos, así que si te quedas aquí a vivir, cualquier día puedes bajar en bote a visitarles.
El erizo pensó que era un buen plan, y se fue con ella. En el camino hacia el lugar, caminaron a lo largo del río. El Sr. Hedgehog, que todavía tenía algo de citadino, no quería mojar sus patitas; así que se fue caminando a través de los tocones de los árboles, y así fue como más adelante cruzó el río al otro lado. ¡Que sorpresa se llevó de nuevo cuando vio a la “Sra. eriza" nadando a través del río.
— Podrías intentarlo la próxima vez —le propuso la dama— ¡Nadar es divertido! Siempre y cuando lo hagas con seguridad, claro.
Se reunieron al otro lado del río nuevamente y siguieron rumbo a casa de la “Sra. eriza". Ahí fue recibido por otros erizos de campo que atendieron al recién llegado.
— ¡Hola, hola! —Se saludaba todo el mundo.
Y allí se quedó viviendo el viejo erizo; compartiendo el tiempo junto a la, ahora, Sra. Hedgehog; pues se casaron y vivieron muy felices.

Fin
Hilsa y Harek
X. Castellón · 1894

Ilustraciones recopiladas por Jo Justino (Pixabay)


¡Duerme!
¡Duerme, si deseas que te cuente la historia de la princesa Hilsa!

Parte 1
Érase que se era un rey muy poderoso y cuyos dominios —si no mienten las crónicas de aquella época— eran tan extensos que, para recorrerlos, habría sido necesario andar, sin detenerse, cuatro largos años.

Tenía este monarca una hija tan hermosa que aun cuando llegó a contar quince primaveras, muchos príncipes y señores, desde los más remotos países, habían enviado embajadores cargados de magníficos presentes a solicitar su mano.

El día del nacimiento de Hilsa vinieron en sus carros de esmeraldas arrastrados por mariposas de alas de zafiro, las tres más famosas hadas del reino. Cada cual le daría su presente a la recién nacida. Una le dio la hermosura; otra, el don de transformarse en pájaro a voluntad. Por fin, la tercera (disgustada sin duda de que se la hubiera dejado para el último) aproximándose a la cuna y batiendo sus alas de murciélago sobre la niña dormida, le dijo:
— Sí, serás hermosa; tendrás el don de transformarte en pájaro a voluntad, pero... ¡no podrás llorar!

Parte 2
El Otoño con su pálido sol y sus hojas secas había rodado al abismo. La nieve, como inmenso sudario, cubría toda la tierra. Y, allá en el fondo del parque, reía Hilsa mirando arder, presa de las llamas, el castillo de sus mayores... Sí, la hermosa Hilsa reía, con esa risa histérica de los locos. ¡La predicción del hada se estaba cumpliendo!

De pie junto a Hilsa, batía sus alas de murciélago el hada —más bien bruja— que en el día de su nacimiento le dijera: “Si, serás hermosa; tendrás el don de transformarte en pájaro a voluntad pero... ¡no podrás llorar!"


Parte 3
Ethan J. Connery · 2021

Sucedió entonces que, con el andar del invierno, un apuesto príncipe llamado Harek recorría en su corcel los bosques del monarca.

La princesa había huido de palacio, presa en su desdicha y su locura involuntaria, y el propio rey de Underverk —que así se llamaba su reino y que por los pelos se salvó de las llamas— había implorado a los príncipes de reinos vecinos acudir a la búsqueda de su querida hija, de modo que quien la encontrase se casaría con ella y heredaría su reino y su fortuna. Todo eso —claro está— después de encontrar alguna forma de deshacer el maleficio.

De entre los siete príncipes de los reinos colindantes que se presentaron al desafío, fue Harek “el valeroso" quien una tarde se encontró con ella... casi por casualidad o por cosa del destino. La halló sentada en una roca y abstraída en sus pensamientos. Hilsa contemplaba con tristeza una laguna helada, al tiempo que una oscura idea nublaba su mente. La joven había perdido la voluntad de vivir. Se levantó de la roca y caminó hacia el delgado hielo que cubría la superficie de las aguas... tan heladas como el corazón de piedra de la malvada bruja que había condenado su felicidad por un capricho.

Hilsa aun no había visto al príncipe cuando éste se acercó a la laguna. Cabalgaba a paso lento entre los árboles, pues al principio no estaba seguro de que la bella joven fuera la princesa que él buscaba. Por otro lado, la nieve camuflaba en buena parte el pelaje blanco de su fiel corcel, por lo que su figura pasó desapercibida a los ojos de Hilsa, quien seguía avanzando sobre el hielo... cada vez más delgado y quebradizo.

En un momento, Harek la vio con toda claridad, y no pudo evitar enamorarse perdidamente de la noble muchacha. Fue un amor a primera vista; o algo más que sólo el reino de la pasión y la ternura combinados conciben por completo.

Hilsa giró en tus talones al oír las pisadas en la nieve. Miró al príncipe, desconcertada. Harek ya estaba en la orilla. Un sentimiento tibio y anhelante nació en los corazones de esas dos almas solitarias, pero el de la princesa era más triste y desdichado. Sus oscuros pensamientos se esfumaron al contemplar, en la distancia, la expresión enamorada del príncipe al que había esperado toda su vida. De algún modo sabía que él venía a liberarla de su yugo, y quiso responderle.

Quería llorar... ella quería hacerlo con toda su alma, pero la magia oscura se lo impedía. Su corazón latió con prisa. Por primera vez en muchos años sintió verdadera alegría, pero... al mismo tiempo, la sombra de una triste amargura se apoderaba de ella al comprender que jamás lloraría de amor. No si el maleficio la controlaba: su existencia era un dilema.

Entonces... sólo entonces... un granito de esperanza humana superó el poder del hechizo; dejando caer una humilde lagrima que recorrió su mejilla. Pero ya era tarde.

Aquella gota salada había atesorado calidez por mucho... mucho tiempo. Nada más alcanzar un copo de nieve a sus píes, la gota derritió el hielo que sostenía el peso de la princesa. Hilsa se encontraba en medio del lago cuando el suelo se trizó a su alrededor: no había escapatoria a su destino.

Al crujir el hielo y casi sin pensar en su propia seguridad, el príncipe saltó de su cabalgadura y corrió con todas sus energías. Debía socorrer a la muchacha porque —además de que una vida peligraba— de alguna forma su corazón le avisó que aquella desafortunada era el amor de su vida. Alcanzó a aferrar su mano con firmeza antes de que Hilsa se hundiera por completo, pero las gélidas aguas la tragaron, llevándose con ella a su amor recién descubierto. La sensible pareja rápidamente se congeló al paso de las corrientes heladas.
Cuentan los trovadores que, desde entonces, el mismo invierno lloró la tragedia, pues las primaveras se hicieron más largas y los fríos menos intensos. Algunos mercaderes de especias que han frecuentado esas orillas, dicen que, al paso en las noches de luna, se puede oír al príncipe llorando de pena, junto a la princesa que ríe y ríe a carcajadas; aun en su profundo dolor y sufrimiento.

Los pescadores, por su parte, cuentan que al cruzar en sus botes por el centro del lago en las noches tranquilas —y a la luz de sus faroles— han visto la figura de los amantes bailando su infortunio bajo las transparentes aguas. Como remolinos danzantes —afirman— los enamorados comparten en el profundo azul su abismal destino...

Aunque también se dice que todo eso no son más que cuentos. °-°

Pero yo... yo que fui un viajero en la tierra de los gigantes de hielo y prisionero en las montañas de los reinos errantes, puedo contarles de verdad cómo culmina esta leyenda. Esto no me lo contaron ni lo leí, sino que lo viví en su momento.

Es verdad que la princesa Hilsa y el príncipe Harek fueron engullidos por las frías aguas de un condenado lago en el legendario reino de Underverk. Y es cierto, también, que fueron congelados en un abrazo eterno en el tiempo. Pero lo que no revelan las antiguas narraciones es que, 127 años más tarde, un misterioso extranjero que no pertenecía a ese reino —ni a ese mundo mágico— lloró amargamente al  conocer la historia de los desventurados amantes.

Aquel extraño comprendió que debía viajar a esa tierra para rescatar este relato olvidado, y de paso, salvar a la princesa y a su amor inconcluso, siguiendo la voluntad de la magia de los cuentos. El bárbaro de quién os hablo era un aventurero solitario: tomó su morral y su abrigo, su escudo circular y su espada sagrada de dos filos. Recordando unas palabras mágicas, abrió un portal hacia la tierra de los encantos y misterios profundos... la Tierra de Fantástica o el Reino de los Cuentos Perdidos: un mundo indescriptible donde moran los ángeles y dragones, los héroes y hechiceros, y hasta los mismos demonios que pueblan los sueños y los corazones humanos.

🌞
— “Hér ferr Herlicii" —cantó el guerrero, trazando con su espada un círculo en el aire— “Fórum drengja Frábærheimur; ég skipa þér með töfrum Óðins: opnaðu mér leið Bifröst!" ♪ ♫

🌝

Aquel héroe luchó con bravura y ligereza ante los infortunios del tiempo y el espacio, sabiendo que ambas son dimensiones variables que se pueden controlar cuando la melancolía se apodera de los corazones valientes y temerarios. Con arrojo y determinación no sucumbió ante el fuego de los dragones, ni ante la magia de los gigantes helados. Venció a la bruja despiadada y, tras eso, viajó hacia el reino de las eras, retrocediendo el reloj de la vida y de la muerte hasta donde sus fuerzas alcanzaron, llegando así hasta el preciso instante en que los enamorados se hundían en el lago...

Con temple y osadía se arrojó por el hueco en el hielo, alcanzando un brazo del príncipe Harek, quién aun afirmaba tenazmente, con su otra mano, a la princesa Hilsa.

Cual sería la sorpresa de los enamorados cuando los tres volaron despedidos fuera del lago helado, aterrizando sus narices en un gran montículo de nieve. Y es que —con astucia y antes de hundirse en el hueco— el misterioso héroe había amarrado sus píes a una larga cuerda atada a la cima de un árbol muy flexible... un abeto que se elevaba inclinado sobre el lago. Desde ahí había saltado, y fue la misma fuerza del salto, sumada a la torsión del árbol, lo que los empujó de regreso hacia afuera. ¡Estaban salvados!

Pasado el susto, que sin duda desconcertó a los nobles, lo primero que hizo el héroe fue encender una fogata, pues como hemos dicho: era invierno y el frío arreciaba. El corcel de Harek se apresuró a ofrecer los abrigos que traía en su montura, pero los amantes estaban empapados y necesitaban secarse rápido para no caer ante la hipotermia. Velozmente y sin pensarlo mucho se cambiaron de prendas.

De algún modo el héroe encendió un fuego mágico que trajo pronto calor a los entumecidos amantes. Cuando ya calmaron un poco el asombro y el frío —gracias a la leche con chocolate caliente que el desconocido extranjero llevaba consigo en su morral— los jóvenes herederos del reino de los dominios extensos articularon sus primeras palabras en este cuento:
— Gracias... ¡brrr!... ¡quien quiera que seas! —dijo Harek— Si no hubieras estado ahí ninguno lo estaría... ¡brrr!... contando... ¡brrr!
— ¡Taka-taka-taka! —sonaron los dientes de la princesa Hilsa, que aun tiritaba un poco del frío— ¿Que no venía contigo?
— No Mileidy —respondió Harek— ¡Nuestro salvador salió de la nada!
— ¿Quién eres, joven valiente? —Pregunto Hilsa.
— Me llamo Connery... Ethan J. Connery, para servirles, su alteza.
Y Connery besó la mano de la princesa.
— Para otra oportunidad, quizá sería buena idea convertirse en pájaro antes de arriesgarse a caminar por un lago helado, princesa —sugirió Ethan.
— Por todas las hadas del reino... ¡olvidé por completo que podía hacerlo! —Respondió Hilsa, quien por primera vez en su vida comenzó a llorar de sorpresa y felicidad.
Ya no había maldición. Harek abrazó a Hilsa, y el héroe se levantó.
— ¿Nos acompañarás al castillo? —preguntó Harek— Debemos contar al rey de tu hazaña y celebrar este encuentro del destino... ¡Sin duda ha sido voluntad de los dioses!
— En otra ocasión, será, príncipe Harek: hay otras doncellas que debo salvar —repuso el héroe, y le cerró un ojo a la princesa.
— ¡Guau, veo que me conoces! —respondió sorprendido Harek— Debes venir de muy lejos, puesto que el reino de mis padres se encuentra a cuatro años de camino de aquí... ¡y es la primera vez que visito el reino de Underverk!
— Jeje —río Ethan, esbozando una sonrisa.
— ¿Te volveremos a ver, eh... Connery? —preguntó, intrigada, la princesa.
— ¡Denlo por hecho! —exclamó Ethan, levantando su dedo pulgar; una expresión que la pareja imitó al tiempo que enarcaban una ceja y sin llegar a descubrir del todo su significado.
Una semana más tarde se estaba celebrando la boda real. El príncipe fue aclamado por encontrar y salvar a la princesa, y el salvador desconocido —aunque no estuvo presente en las nupcias— fue ovacionado igualmente por salvar a los recién casados. La fama de un héroe legendario “aparecido en el aire" se extendió por las comarcas, y aunque la hada malvada y su maleficio habían desaparecido para siempre, la princesa no pudo parar de reír cuando las otras dos hadas buenas le preguntaron al mismo tiempo:
— ¿Es verdad, Hilsa? ¿Es cierto que aterrizaron sus narices en la nieve? 😃
Fin

Nota
Originalmente este cuento terminaba en la
Parte 2. La 3ra. parte se escribió 127 años
más tarde para darle un final feliz °-°
La Hormiga y la Golondrina
Una fábula de Esopo · Versión de Svanhildr MacLeod


Cierto día de verano una hormiga caminaba solitaria por el campo. Se había pasado la tarde explorando el lecho seco de un antiguo río en compañía de otras hormigas, pero habiendo hallado hojas de acacia, muchas de ellas se quedaron trabajando en el camino.

Nuestra hormiguita aun era joven y le faltaba experiencia a la hora de recortar hojas, extraer su néctar o transportarlas al hormiguero para proveer de sustento a la colonia. Eso sí, tenía una pasión por la aventura, de modo que se dedicaba a lo que mejor sabía hacer: explorar.

Pero sucedió que en un momento se distanció demasiado de su grupo, y casi sin darse cuenta se encontró sola y perdida mientras bajaba una pendiente. El Sol todavía calentaba a lo lejos, pero ya estaba cansada y tenía mucha sed.
— ¡Ojalá encontrara un poco de agua! —Suspiró.
En eso escuchó el murmullo de un riachuelo, así que bajo otro poco guiada por su rumor. Tras algunos pastitos verdes divisó una piedra redonda y algo humedecida por cuya base corría un caudal. La imprudente hormiga se aventuró... pero con tan mala suerte que sus patitas pisaron un musgo resbaloso, cayendo directo al agua.

Afortunadamente no fue una caída muy alta, pero como no había aprendido a nadar, todavía, el agua se la llevó y quedó atrapada en un remolino.
— ¡Auxilio, auxilio! —gritó la hormiguita desesperada— ¡Alguien que me ayude, por favor!
Buscó con la mirada a alguno de sus compañeros. Quizá algún amigo que, con suerte, la hubiera seguido. Pero no: ella no había dado el aviso y por más que gritaba no había nadie que respondiera.
— "¡Si tan sólo no me hubiera alejado tanto!" —se reprendió mentalmente ella misma mientras intentaba sostenerse en la superficie del agua— ¡Esto no estaría pasando!
La hormiguita sentía miedo y quería llorar, pero había oído que el miedo es mal compañero en el agua y pensó que lo mejor era respirar con calma para no gastar su energía. Estaba en lo cierto, pero como los minutos pasaban y no lograba escapar del remolino volvió a gritar:

— ¡Ayuda, por favor!
Sea voluntad de la madre naturaleza, obra del destino, los dioses o la buena fortuna, una golondrina que descansaba en el hueco de un árbol —cerca de ahí— oyó el grito de la hormiga y se apresuró a socorrer al desconocido que angustioso clamaba otra oportunidad. Con algo de dificultad localizó a la pequeña hormiga, entendiendo su difícil situación. Sin embargo, ella misma sintió miedo de quedar atrapada en el remolino si intentaba meterse al agua para sacarla.

No lo pensó demasiado y voló velozmente sobre la superficie del riachuelo hasta alcanzar una hoja de encino que flotaba perdida en la corriente. En pleno vuelo agarró la hoja con su pico y la fue a depositar justo sobre el remolino, esperando que la hormiga lo usara como bote. Pero el remolino se tragó la hoja, y la hormiguita seguía dando vueltas, cada vez más cerca de ser succionada por el torrente.
— ¡Ayúdame, buena golondrina, por favor! —suplicó de nuevo la hormiga.
— "Si atrapo a la hormiga con mi pico, como hice con la hoja, corro el riesgo de tragármela. Y si intento sacarla con mis garras podría hacerle daño... es demasiado pequeña" —pensó rápidamente la golondrina— ¡Tengo que encontrar otra forma de ayudarla!
Armada de coraje, la golondrina dio un vuelo veloz alrededor del área hasta dar con una rama seca que descansaba sobre unas piedras. Era lo único que había cerca, pero era casi tan pesada como el ave. El valor y la urgencia le dieron fuerzas de la nada a la golondrina... así que, agarrando la rama con sus patitas, montó vuelo nuevamente... arrastrando la rama por sobre la corriente de agua. Con suma dificultad se acercó al remolino, procurando que éste no se tragara la rama:
— ¡Nada, nada amiga! —chillaba con fuerza la golondrina— ¡Nada hacia la rama!
— ¡Más cerca, por favor, ya estoy muy cansada! —gemía la hormiguita.
En eso, el remolino agarró la rama, y en un último acto de valentía antes de que la corriente quisiera tragarse también a la golondrina, ésta soltó la rama y hundió el pico en el agua... justo donde segundos antes se había hundido la hormiga. Succionó un buen sorbo mientras batía con fuerza las alas, hasta que sus cachetes se inflaron de agua. Usando sus últimas fuerzas se fue volando a la orilla, con la esperanza de haber alcanzado a la pobre hormiga.

Ya agotada, escupió el agua de sus cachetes sobre un montículo de arena seca. Buscó con atención en la mancha... pero la hormiguita no estaba.
— ¡Oh! —exclamó acongojada— ¿Me la habré tragado? ¿Acaso ya era su tiempo? ¡Pobre hormiguita!
La valerosa golondrina, que había dado su máximo esfuerzo en un intento por salvar la vida de quién consideraba ahora una "amiga perdida", se puso a llorar amargamente.
— Se notaba que era buena persona... ¡no merecía un final así! —Se afligió— Pero a veces la vida tiene planes y voluntades que una no entiende; sólo sé que es más sabia y hay que aceptar sus designios.
Gruesos lagrimones de golondrina cayeron sobre sus alas cansadas, entregadas ahora a la arena y al Sol.
— ¡Cof-cof! —tosió de pronto una vocecita cansada— Qué saladas son tus lágrimas, querida golondrina...
Sorprendida, el ave se miró sus patas... luego sus alas... y he allí, en una de ellas estaba la hormiga exploradora, firmemente agarrada a una de sus plumas.
— ¡Amiga hormiga, estás a salvo! ¿Pero cómo? —la perplejidad tocó el rostro de la golondrina— ¿Cómo llegaste ahí?
— Cuando metiste la cabeza en el agua yo ya estaba detrás de ti, pero me agarré a las plumitas de tu cola —explico— Trepé rápidamente hasta tu cabeza, pero terminé perdida en un bosque de plumas. Luego, caminando y caminando... llegué a una de tus alas. Me encontré con algunos pulgones en el camino, pero ya ves: estoy bien. Ya no llores por mí. ¡Me has salvado y siempre te estaré agradecida!
Ahí mismo se abrazaron como amigos de toda la vida: tanto la hormiga como la golondrina son trotamundos y comparten gustos en común. Largo rato conversaron alegres y se desearon buena suerte en sus caminos. Ya entrado el Sol, se despidieron. La golondrina volvió a su hueco en el árbol, y hormiga recordó el camino a su hormiguero... reforzada, claro, por un aventón del pájaro.

Esta historia que cuentan los animalitos silvestres bien hubiera terminado aquí. Pero sucedió que, tiempo después, un ser humano cazador de pájaros frecuentó esos rincones del campo. Un día el cazador divisó a la golondrina, y como quisiera hacerse de ella para venderla en el mercado extendió su red a la salida del hueco del árbol.

Estaba en el acto cuando un escuadrón de hormigas mirmidonas, lideradas por una valiente exploradora y previsora, llegaron a moderlo con fuerza en sus talones. Sorprendido ante el ataque inesperado el hombre abandonó su intención, dejando tranquila a la buena golondrina que se había ganado la admiración y el respeto de las diligentes y leales hormigas.

Moraleja: Toda buena acción merece agradecimiento, y de ser posible; recompensa.

Fin
El Lobo y las 7 Cabritas
Hermanos Grimm · Versión traducida por Angelina Gatell

Ilustración de Shigeto Takahashi

Había una vez una cabra que tenía siete preciosos cabritos. Un día los llamó a su alrededor y les dijo:
— Tengo que irme al bosque. Tengan mucho cuidado con el lobo. Si consigue entrar en nuestra casa, se los comerá. Procuren siempre tener muy bien cerrada la puerta, y no abrirle a nadie. Y, sobretodo, recuerden que si alguien llama (toc-toc-toc) miren muy bien por debajo de la puerta, y si tiene las patas negras, no abran porque es el lobo malo. Si hacen lo que les digo, nunca les ocurrirá nada malo.
Pero tan pronto como se fue la cabra, llamaron a la puerta, y había una voz ronca que decía:
— ¡Ábranme la puerta; soy su mamá!
Los cabritos escucharon muy atentamente, pero no se atrevieron a abrir. El lobo malo les volvió a tocar, y dijo:
— ¡Ábranme, ábranme! ¡Les traigo muchos regalos a mis hijitos!
Ellos se asomaron por debajo de la puerta y exclamaron:
— ¡Vete de aquí! ¡Te conocemos muy bien por tus patas negras y tu voz ronca!
Entonces el lobo tomó mucha miel para endulzar su voz, cubrió sus patas con harina blanca, y volvió a la cabaña de los cabritos.
— ¡Ábranme la puerta; soy su mamá! ¡He traído muchos regalos para ustedes!
— ¡Es mamá! —dijo uno de los cabritos.
— ¡Enséñanos tus patas, queremos estar seguros!
Entonces, el lobo mañoso, extendió sus patas "blancas" y las mostró.
— ¡Es mamá! —dijo uno de los cabritos.
— ¡Es mamá! ¡Es mamá! —dijeron los otros.
Y tan pronto como los cabritos abrieron la puerta, el lobo entró a la cabaña y se los comió uno tras otro, casi sin respirar. Contento de su triunfo y con el estómago lleno, salió de la cabaña, tambaleándose, y dijo:
— ¡A dormir!
Poco después, la cabra regresó a la cabaña, buscando a sus hijitos, y no vio nada. La mamá cabra imaginó lo que había pasado y se puso a llorar. Pero de repente oyó una voz muy temblorosa que decía:
— ¡Aquí estoy, mami: me he salvado! —dijo el más pequeño de los cabritos, que había alcanzado a esconderse debajo de una cama.
Entonces, salieron a buscar al lobo, y cuando llegaron a su cueva, vieron que su estómago se movía. La cabrita, con unas tijeras, le abrió la panza y empezaron a salir todos sus hijitos, uno por uno. Y ya todos felices, se fueron. Y el lobo malo jamás despertó.

Fin
El Primer Cuento
Oriana Martínez E. & Antonio Ross M.

Arte rupestre de Klaus Hausmann

Imagina una noche en la Prehistoria. Oscura y negra. Lluvias torrenciales. Relámpagos y truenos. Inmensos árboles agitándose y doblando sus figuras ante el ímpetu del viento huracanado que, silbante, rompe los oídos. Imagínalo. Allá, al fondo, una pequeña luz en la montaña, suave, tenue, como una estrella lejana. Acércate, mira... y escucha...

Una fogata y un animal asándose lentamente sobre ésta... Hace calor en la caverna. Hombres rudos vestidos con pieles de animales están juntos, cerca de la lumbre, expectantes, ansiosos. De pronto, uno de ellos, el cazador, comienza a relatar, y cuenta la cacería. Muestra sus heridas, aún frescas, en brazos y piernas. Los demás lo miran, lo admiran, pendientes de la proeza que les dará el sustento. Viven, sufren, vibran con él en las correrías, en la emboscada del animal, hasta el enfrentamiento final, cuando el cazador, habiendo debilitado al animal, desangrándolo, haciéndolo correr, lo enfrenta, en el combate definitivo.

La fiera embiste. El hombre la espera a pie firme, resiste el salvaje choque, y con sus fuertes brazos rodea los cuernos del animal. El hombre es elevado por los aires, pero no suelta a su presa. Carga todo el peso de su cuerpo a un costado, hasta hacer doblar la cerviz de la bestia. Ésta bufa, resopla, trata de enderezar su cabeza dominada por ese peso inesperado, pero se le doblan las rodillas y... no puede. Cae. El hombre ha triunfado.

Su auditorio —mujeres, niños, los otros hombres— escuchan entusiasmados el combate. No han perdido ni un detalle. Ni una imagen. Algunos de ellos, quizás los con más imaginación, hasta escucharon los bufidos de la bestia y los gritos del hombre.
El primer cuento ha sido contado.
Allá lejos, en una cueva perdida en el tiempo,
miles de años atrás...

Fin
Gazapito quiere comer Torta
Marta Brunet

Resulta que una vez había un conejito blanco llamado Gazapito. Y resulta que era muy goloso y siempre estaba robándole a su mamá —Largas Orejas— zanahorias y betarragas, que para los gazapos es algo tan exquisito como los chocolates y los caramelos para los "niñitos del hombre". Y aparte de los castigos que mamá Largas Orejas le imponía al descubrir sus merodeos por la despensa, sufría Gazapito unos tremendos dolores de estómago, tan tremendos que a veces requerían la intervención de doña Rata Sabia Yerbatera.

Y como a pesar de los castigos y de los dolores no escarmentaba, pues resultó que al fin enfermó gravemente y hubo que ponerlo a régimen estricto de yuyitos tiernos y agüita de boldo. Bueno...

Resulta que una tarde estaba muy triste Gazapito pensando en lo amarga que era la existencia sin un poquito de zanahoria o de betarraga que la endulzara, y dando suspiros y más suspiros se quedó medio dormido debajo de una gran col, en la huerta de don Pedro Pérez, que lindaba con el bosque. Y a poco despabilóse muy asustado, oyendo cercanas voces de niños.

Una de las voces decía:
— Qué torta más rica! Es de pura almendra... Y tiene huevo mol...
Gazapito sabía que las tortas eran dulces, condimentadas con azúcar que, según doña Rata del Campo, era lo más delicioso en la despensa del "señor hombre". Y al pobre goloso de Gazapito se le hacía la boca agua al ver que los niños de don Pedro Pérez daban grandes mascadas a unas tortas redondas y blancas. Porque Gazapito, al oír hablar de comida y de dulce, había separado un poco las hojas de la col y asomaba un ojo curioso de mirarlo todo.

Entonces a Gazapito le dio verdadero antojo por comer torta redonda y blanca, con almendra y huevo mol. Y tan preocupado se quedó que esa noche no pudo dormir, y en su inquietud daba vueltas y más vueltas en su cama de suave musgo, y al fin, pasito, salió de la cueva en que vivía con mamá Largas Orejas y sus hermanos Gazapillo y Gazapeta.

En cuanto a papá —Ojo Colorado— había muerto en un accidente de caza (no había que hablar de esto delante de mamá Largas Orejas, porque le daban ataques de pena y agitaba las manitas desesperadamente, lo mismo que si tocara el tambor).

Resulta que Gazapito se internó esa noche en el bosque, moviendo las orejas a cada ruido que le traía el Viento, arriscando la naricilla, desazonado por cada olor desconocido, representándosele en cada cosa aquella torta blanca y redonda con almendra y huevo mol...

Y en esto... ¡Oh!..., sorpresa, Gazapito vio ante sus ojos, en el fondo de un hoyo al cual se asomara por casualidad, pues nada menos que una torta blanca y redonda, que tenía que ser de almendra con huevo mol y todo. Y dando un brinco...

¡Zas! ¡Brrr!

Gazapito cayó al fondo del hoyo, justamente sobre la torta redonda y blanca.

Y resulta que como el hoyo era mucho más profundo que lo que imaginara, ese "¡Brrr!" que tú ves, lo dio Gazapito de susto. Pero lo lamentable fue que al hacer "¡Zas!" se percató de que con la impresión le había pasado una cosa terrible, que no se puede contar, pero que lo obligaba a levantarse en la punta de las patitas para no mojar la bata de piel blanca que llevaba puesta.

Y todo acongojado, sin acordarse más de la torta, ni de las almendras, ni del huevo mol, se echó a llorar a toda boca, como el conejito chiquitito que era. Además, el hoyo estaba muy oscuro y el miedo aumentaba sus sollozos.

Andaba por allí, volando, en el bosque y cerca del hoyo, una mariposa llamada Falena, que al oír a Gazapito preguntó asomándose al boquetón negro:
— ¿Quién llora?
— Yo. Gazapito, que me caí por casualidad..., de puro distraído...
— No es verdad — dijo misiá Rana Vieja, que todo lo sabía y era muy chismosa—; se cayó porque el tonto quería comer torta... La torta que vio en el fondo del hoyo...
— ¡Cállese, la acusete! —dijo el señor Grillo, que no porque hablara dejó de darle cuerda a su reloj.
— ¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo! —decía entre tanto Gazapito.
— Voy a avisarle a tu mamá. ¿Dónde vives? —preguntó Falena.
— No, no. No hay que decirle nada a mamá, que me castigará por haber salido sin su permiso —contestó entre sollozos Gazapito.
— Avísele, avísele —gritó misiá Rana Vieja—, para que le den su merecido por meterse en casa ajena. Para que le den sus buenos coscorrones...
— No, por favor, no le digan nada... Pero sáquenme de aquí... ¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo!
Entonces Falena —que es muy buena a pesar de cierto atolondramiento que se le reconoce—  fue a avisar a las señoritas Luciérnagas, para que vinieran a iluminar el hoyo y pudiera Gazapito salir fácilmente. Estas señoritas Luciérnagas son bailarinas de oficio y están siempre dando representaciones nocturnas al aire libre, vestidas con coseletes de azabache y luciendo sus lindos ojos de luz celeste. Y como también son muy serviciales, vinieron en seguida e iluminaron el hoyo formando guirnaldas y ruedas y estrellas de cinco puntas, todo ello con esos ojos lindos de luz celeste que ya te dije que ellas tienen.

Le dio entonces a Gazapito una vergüenza enorme, ya que todas se iban a enterar de lo que le había pasado y que, tú sabes, eso que lo obligaba a ponerse de puntillas para no mojar la bata de piel blanca. Pues bien resulta que al ver con claridad lo que había en el hoyo, se dio cuenta Gazapito de que era aquello una poza, vivienda de misiá Rana Vieja, y de ahí sus protestas. Y que lo que creyera una torta no era otra cosa que la señora Luna Llena reflejada en el agua, y que esta agua en que se empinaba no era eso terrible que él creyó que le había pasado con el susto al caerse...

Ya con más bríos y sin ninguna vergüenza, Gazapito se dispuso a salir del hoyo, pero no alcanzaba a saltar hasta afuera. Entonces pasó una cosa maravillosa, que te sorprenderá: pues nada menos que las raíces de un gran Sauce Llorón que por allí asomaban, se fueron moviendo lentamente hasta tomarse de la mano unas con otras, formando una escalera, por donde ágil y retozón subió Gazapito.

Y resulta que al poner éste pie afuera, Falena se posó en su mejilla, con la intención tal vez de darle un beso, pero el caso fue que Gazapito sintió un cosquilleo en la nariz, dando un estornudo formidable:
— ¡Achís!
Y entonces despertó lleno de sobresalto —con la noche encima, y una gran estrella dorada mirándolo atentamente—, debajo de la col donde se había dormido. ¡Porque todo esto no había sido otra cosa que un sueño!

Fin
Hansel, Gretel y el Fantasma
Muñecos de Rose Art Studios

Parte 1
Todo comenzó unos 9 años después de la aventura original: Hansel y Gretel habían crecido, y como buenos hijos, ayudaban a su padre en las labores de la casa. Un día de primavera estaban ordenando la bodega cuando el padre de los adolescentes encontró un viejo cofrecito de hierro.
— ¡Vaya! —exclamó— ¿Qué tenemos aquí?
El hombre intentó abrir el cofre, pero sus intentos fueron infructuosos. Como no recordara poseer tal artilugio, llamó a sus hijos para dilucidar el misterio de la caja y su contenido.
— Hansel, Gretel... ¿De dónde ha venido este cofre?
— ¿Es una adivinanza? —preguntó Hansel.
— ¿O un nuevo cuento? —complementó Gretel.
— No, chicos —respondió su padre— Me refería a que si acaso tenéis alguna idea de cómo ha llegado a parar este pequeño cofre a nuestra bodega.
— ¡Aaaah! —exclamaron— Pues no —admitieron.
Desconcertado, el hombre agitó la pequeña caja junto a su oído, procurando no forzarla para no dañar su contenido, ya pudiera ser valioso.
— No suena nada —observó— ¿Será que está vacío?
— ¡Seguro contiene algo! —curioseó Hansel.
— ¿Quizá haya sido de mamá? —propuso Gretel.
Esas últimas palabras tocaron el corazón de todos, que le tomaron aprecio a la caja, hasta que Hansel dijo:
— Pero... ¿Y si hubiera sido de nuestra madrastra?
La idea no gustó a nadie y el cofre ya no era tan estimado, hasta que Gretel observó:
— O peor... ¡Podría haber sido de la bruja del bosque!
La nueva sugerencia puso a todos helados de espanto. Tanto así que al padre de los chicos se le resbaló el cofre, dejándolo caer.
— ¡Cuidado! —exclamaron Hansel y Gretel.
¡¡Slamdunk!!
Impactó pesadamente la caja.
— ¡Corran niños! —gritó el padre.
— ¡Guaaaa! —gritaron todos, huyendo hacia el bosque y con los brazos en alto.
La familia vigiló la bodega desde lejos durante varios minutos, pero como éstos pasaran y no se oyeran ruidos, supusieron que el cofre era inofensivo. Regresaron con cautela y comprobaron que todo seguía tan desordenado como cuando salieron.
— Parece que todo está bien, después de todo —dijo el padre, y ordenó— Hansel: lleva el cofre a casa del cerrajero para que lo abra y entonces conoceremos su contenido. Si acaso hay algo de valor en su interior decidiremos si vale la pena conservarlo o venderlo.
— ¿Yo? Pero... ¿Porqué yo? —preguntó Hansel, que siempre había sido muy servicial, pero consideraba que el asunto del cofre era algo fuera de lo habitual.
— Eres mayor que tu hermana —le dijo su papá.
— ¡Vale! Pero tú eres mayor que yo —observó Hansel, y agregó— Además, no hay evidencia que asegure que la caja no perteneció a la bruja espanta-niños.
— Ya, pero sólo esta mañana me pediste que no te tratara como niño, porque ya te sentías mayor...
El adolescente se llevó la mano a la cara.
— Yo llevaré el cofre al cerrajero —afirmó Gretel— que había llegado a conocer a la bruja "un poco más" que Hansel.
El padre de los chicos palideció.
— ¡No... tu eres mi niña, mi linda hija Gretel!
— Papá, los tiempos han cambiado: las chicas también podemos hacer el "trabajo sucio", y a esta edad ya no le temo a las brujas —reclamó Gretel.
— ¡Un momento! —refutó Hansel, que había ganado valor con la conversación— Lo lógico es que lo lleve yo: soy mayor que Gretel.
— De ninguna manera —argumentó Gretel— ¡Las chicas somos tan valientes como los chicos!
— Niños, niños... no es competencia —reafirmó su autoridad el papá— Yo soy vuestro padre y es mi deber protegerlos: me haré cargo del cofre.
— Está bien, papá —acataron los hijos.
— ¿Y porqué mejor no llevo yo misma mi cofre a casa del cerrajero? —propuso el fantasma de la bruja, que había seguido atentamente la conversación °-°
Un escalofrío recorrió las espaldas de nuestros protagonistas, quienes —calados de pavor hasta los huesos— reconocieron al espíritu de la bruja, parada detrás de ellos.
— ¡¡Guaaaaa!!
El griterío debió escucharse desde lejos, pues la familia corrió por sus vidas, buscando protección en la espesura del bosque.
— ¡Guajajajaja! —rió el fantasma de la bruja— Que bueno que os quedasteis con mis tesoros, porque habéis liberado mi espíritu de la prisión al dejar caer tan estrepitosamente ese cofre, que para que lo sepáis: era una puerta al inframundo. ¡Y vosotros acabáis de romper el sello! Y aunque ahora estoy debilitada pronto me recuperaré, y estaré penando en vuestra casa... ¡Guajajajaja!
Desde lejos, la familia respondió:
— ¡Esperpento, no te tememos! —le gritó Hansel, arribado a un árbol.
— ¡Bruja fea y sinvergüenza, recuerda quién te echó al horno! —le gritó Gretel, tras una roca.
— ¡Al cabo que nos íbamos a cambiar de casa! —le gritó el papá de los chicos, que en el repentino escape se había empapado en un charco de lodo.
El fantasma de la bruja sólo reía de las afrentas, imaginando una pronta venganza. La familia se reunió en el bosque:
— ¡Y ahora qué haremos, papá! —exclamó Gretel.
— ¡No podemos dejar que la bruja se apodere de la casa! —lamentó Hansel.
— ¡Tranquilos, niños! —les infundió valor el papá— Ya la haremos salir de una u otra forma.
La aparición salió de la bodega y empezó a rondar los alrededores de la casa, buscando una forma de incrementar su poder. La familia tomó, entonces, la decisión unánime de buscar apoyo en el pueblo más cercano —al otro lado del bosque—, y antes de que el espíritu del inframundo se recuperara por completo, partieron de camino; llevando una bolsa con emparedados y botellas de leche para el largo trayecto que les esperaba.


Parte 2
Era Julio de 1994 y el cometa Shoemaker-Levy 9 impactaba al planeta Júpiter, formando una serie de destellos anillados que perdurarían durante horas en la superficie de aquel mundo gaseoso. Los astrónomos estaban fascinados.

— ¡Guau! —exclamó Yar Ztnats— ¡Las composiciones creadas por la Sección de Diseño de Misiones del Laboratorio de Propulsión a Reacción de la NASA, usando cálculos orbitales de la Sección de Navegación, son sencillamente espectaculares!
— Es verdad, aunque esto del espacio está un poco fuera de nuestra "jurisdicción" —espetó Retep Namkcnev.
El Dr. Namkcnev, junto a su equipo de científicos, habían sido invitados de honor para presenciar el evento astronómico en las dependencias de la NASA.
— No deja de ser un fenómeno fascinante —analizó otro colega, el Dr. Noge Relgneps.
— Lo que aún no entiendo es porqué las credenciales que nos dieron están escritas al revés —observó el 4º integrante: el especialista Notsniw Eromeddez.
— Carl Sagan me dijo que fue error del diseñador gráfico —le explicó Noge.
Finalizado el evento y las tertulias, el grupo dejó las dependencias de la NASA para regresar a sus labores habituales, al interior de un enigmático edificio del casco antiguo de la ciudad de Nueva York. La secretaria, Eninaj, les tenía un nuevo trabajo:
— Mientras ustedes veían la Luna, un cliente llamó a la central.
— No era la Luna: era un Supercometa estrellándose en un Superplaneta.
— Lo que sea. El cliente pedía ayuda urgente debido a extraños incidentes en su fábrica de chocolates.
— ¡Iremos de inmediato! °-°
Los expertos se quitaron sus corbatas y cambiaron sus elegantes trajes por una sofisticada indumentaria de fumigación. Abordaron su vehículo para emergencias, y haciendo sonar la sirena, salieron disparados hacia la dirección proporcionada por la atractiva Eninaj. Llegados a la fábrica, comprobaron que estaba deshabitada, pues habían evacuado a todo el personal.
Los expertos activaron sus instrumentos:
— ¿Hay alguna señal? —preguntó Notsniw.
— Aparte de nuestra verde y nauseabunda mascota: tenemos actividad espectral tipo 10.
— Una fábrica de chocolates... ¡Menudo lugar para una actividad espectral tipo 10!
Un ruido a sus espaldas llamó la atención de Notsniw, quien con su "fumigador" disparó accidentalmente un rayo de energía hacia un contenedor de acero inoxidable: el contenido explotó en un achocolatado tsunami de dulzura que escurrió en dirección del grupo, manchando a los expertos. Un mapache se escabulló por un tubo que daba al exterior.
— ¡Lo siento, chicos! —se disculpó— Creo que hoy no es mi día.
Estaba por ser elogiado cuando inesperadamente se apareció en medio del grupo la actividad espectral tipo 10. Los expertos saltaron ante la impresión, pero inmediatamente activaron cada uno sus fumigadores, lanzando ingentes rayos de energía que fueron a parar a diferentes maquinarias de la fábrica, dejando literalmente "la crema".
La mascota del equipo aprovechó de ingerir la mayor cantidad de chocolate posible. No obstante —antes de que la fábrica quedara inutilizable— el Dr. Namkcnev lanzó una caja conectada a un largo cable, debajo de la actividad espectral, que yacía apresada entre los rayos. Presionó un botón rojo que terminó activando la trampa: finalmente el fantasma estaba atrapado en el contenedor.
— ¡Bien hecho, Noge!
— Otro trabajo bien terminado para los "Samsatnafazac".
— Déjalo ya, Egon: olvida las credenciales.
— Lo siento... Otro trabajo bien terminado para los Cazafantasmas.
— ¡¡Siiii!! —exclamaron todos.
Los Auténticos Cazafantasmas volvían a usar sus nombres.
Inesperadamente la trampa que contenía al recién atrapado fantasma comenzó a agitarse con fuerza, hasta que logró soltarse de la mano de Egon Spengler, liberando al espectro tipo 10.
— ¡Recórcholis, muchachos! —exclamó Peter Venckman— ¡Es más fuerte de lo que suponemos: cuidado con él!
— ¡No puede ser! —gritó Ray Stantz.
— ¡Maldición! —profirió Winston Zeddemore.
El fantasma les enfrentó:
— ¡Un momento, Cazafantasmas! —les dijo— He venido en son de paz.
— ¿Acaso hablas? ¿Pretendes aparentar ser amable?
— Si y no —dijo el fantasma— Verán: estoy aquí con una misión.
— Claro, todos dicen lo mismo. ¡No te creemos!
Egon Interrumpió:
— Un momento, Peter, el indicador muestra energía benigna; es como un detector de mentiras que está diciéndonos que la actividad espectral tipo 10 nos está diciendo la verdad. Me parece que deberíamos escucharlo.
— Está bien —Peter se dirigió al espectro— ¡Pero sólo porque lo pide Egon! Dinos... ¿Qué misión es esa? Y te advierto que si tramas algo te aniquilaremos con nuestros rayos de protones.
El espíritu se apresuró a contestar, después de todo, la fama de los Cazafantasmas había trascendido las barreras del tiempo y el espacio.
— Veran señores —comenzó a explicar amablemente la aparición— Yo soy el "espíritu de la Navidad futura"... de hecho, ya nos conocemos: ustedes me atraparon una vez y luego me liberaron, y esta es la segunda vez que lo hacen.
— ¡Ah, ya veo, eras tú! Perdónanos: no nos acordábamos... puedes irte cuando quieras. —le respondió Peter, recordando que hablaba con un espectro de los buenos.
— Gracias. Me alegra que me recuerden. Aún así no puedo irme sin antes explicarles que me han enviado por ustedes.
— ¿Por nosotros? ¿Quién?
— Verán señores: ¿Alguna vez han oído hablar de Hansel y Gretel?
— Si, claro... es un cuento clásico. A todos nos han contado la historia cuando niños. —dijo Peter.
— De hecho, leí el cuento la semana pasada en CuentosClasicos.org —reconoció Ray.
El fantasma de la Navidad futura asintió sonriendo, y prosiguió:
— Bien. Lo que ocurre es que ese cuento está basado en una historia de la vida real.
— ¿Quieres decir que Hansel y Gretel de verdad existieron?
— Así es, pero la leyenda que todos conocemos ha sufrido un vuelco: la bruja ha regresado en forma de espíritu y está recuperando su poder. Ya se hizo con el control de la casa de los niños, y el padre de éstos ha pedido ayuda al Alcalde del pueblo para expulsar a la "ocupa", pero como se trata de un caso paranormal el Municipio les envió a consultar al mago Merlín, pero el hechicero ya tenía demasiado trabajo luchando con Morgana, así que le "tiró la pelota" a Santa Claus y éste último me contactó para saber cómo lidiar con el problema... y claro: me acordé de ustedes.
— ¡Vaya Odisea! —exclamó Peter Venckman— Pero estás hablando de algo que sucedió hace mucho... ¿Cómo se supone que podamos ayudar?
— No hay problema: recuerden que soy el fantasma de la Navidad futura y tengo el poder de viajar en el tiempo. Puedo regresar al pasado y llevarles conmigo.
Los Auténticos cazafantasmas se reunieron en círculo para resolver:
— ¡Bien, muchachos! Este caso sí es un trabajo a nuestra medida profesional.
— ¡Viajar por el tiempo suena cool!
— Estoy de acuerdo, además Hansel y Gretel son de los buenos.
— Merecen todo nuestro apoyo.
— También sería bueno para el currículum.
— ¡Está decidido!
Peter Venckman se dirigió al fantasma de la Navidad futura:
— ¡Aceptamos el encargo!
— Muy bien —dijo la aparición— entonces les trasladaré al siglo XV.
— ¡Un momento, fantasma! Antes de que partamos debes saber que podríamos necesitar de todos nuestros recursos...
En tanto esa conversación se daba en la Nueva York de 1994, en el siglo XV los niños y su padre habían llegado al pueblo a pedir auxilio al Alcalde, quien les envió a una choza en el bosque encantado para consultar con el mago Merlín, y éste —que padecía exceso de trabajo— usó una bola de cristal para comunicarse con Papá Noel (en el Polo Norte), quien a su vez invocó al espíritu de la Navidad futura pidiéndole consejo, y claro: éste se acordó que en el futuro existían los Cazafantasmas, dedicados al negocio de atrapar y almacenar fantasmas.


Parte Final
El espítiru de la bruja se había hecho tan poderoso que además de la bodega y la casa, toda la parcela y parte del bosque estaban bajo su influjo de poder. El Ecto-1 arribó al pequeño pueblo del siglo XV a través de un "vortex" inter-temporal.
— ¡Uuu uuu uuu! —Sonaba la sirena del carro.
Las gentes del pueblo huían despavoridas ya que nunca antes habían visto un automóvil, que era —por lo demás— ruidoso.
— ¡Con vuestro permiso, amables pobladores! —exclamaba Peter Venckman a través de la ventana— ¡Estamos en misión especial!
— ¡Santos protones! Juraría que estuvimos a punto de chocar con un DeLorean volador que viajaba en sentido contrario por ese vortex —aseguró el Dr. Spengler.
— ¡Naaaah! —respondieron al unísono sus compañeros.
El Ecto-1 esquivó hábilmente una carreta llena de heno, en su loco recorrido hacia el bosque por el que vivían Hansel y Gretel. Temerosas, curiosas y fascinadas, las gentes del pueblo les siguieron, pues el mago Merlín les había avisado que hechiceros poderosos, de tierras lejanas, llegarían al pueblo aquella tarde.
Atraídos por el escándalo de la bruja, otra muchedumbre se había aglomerado alrededor de la parcela cuando el Ecto-1 llegó a escena. La sirena se detuvo y Los Auténticos Cazafantasmas descendieron del vehículo, seguidos del fantasma de la Navidad futura, el mago Merlín, Santa Claus, Hansel, Gretel, el padre de dichos adolescentes... y Pegajoso.
— ¡Ningún hechicero me detendrá! —gritó el poderoso espíritu de la bruja, lanzando un rayo hacia los recién llegados. Merlín lo detuvo en el acto.
— ¡No soy yo de quien debas cuidarte, bruja! —le respondió el mago.
— Okey, chicos... ¡Es hora de mostrarle al siglo XV lo que puede hacer el buen Rock & Roll de los '80s! —exclamó Peter Venkman.
— Pero si acabamos de llegar de los '90s —observó Winston Zeddemore.
— ¿Y eso qué? ¡Lo clásico nunca pasa de moda!
Pegajoso extrajo un enorme Stereo que había llevado oculto en su ecto-estómago y apretó un botón. El tema musical de los Cazafantasmas comenzó a tocar en el preciso momento en que los rayos de protones se alzaron al cielo, colisionando con el campo de fuerza que mantenía el espíritu de la bruja. Las explosiones de energía contrapuestas fueron espectaculares. Los habitantes del siglo XV desconcertados ante la tecnología ochentosa gritaban entusiasmados...

— ¡¡Pero qué clase de magia tan poderosa es ésta!! —gemía la bruja.
— No es magia: es energía de punto espectral de protones "alfa" conducida por un campo magnético de positrones ionizados de frecuencia elevada —respondió Egon Spengler.
— ¡Atrapemos a esa bruja espanta-niños! —propueso Ray.
— ¡A por ella, chicos! —exclamó Winston.
— Hansel y Gretel... ¡Es ahora o nunca! —gritó Peter Venckman.
Aprovechando un agujero en el campo de fuerza mágica, Hansel lanzó la trampa caza-espectros hacia el centro del recinto. Un largo cable conectaba el artefacto con un botón rojo a los píes de Gretel, quien de un pisotón accionó la trampa, proyectando un haz de luz amarilla hacia el cielo. La caja comenzó a tragarse al espíritu de la bruja, quién se resistía a ser absorbida.
—¡No puede ser! ¿¿Quién demonios son uste... aaaargh... Gretel: tú otra vez, noooo!! —fue el último grito desesperado de la malvada, antes de desaparecer por completo al interior de la caja, que se cerró automáticamente... echando humito.
♪ ♫
Un grito multitudinario y jubiloso, además de un aplauso interminable y vigoroso, recorrió las filas de curiosos. Los habitantes del pueblo estaban encantados de haber presenciado una batalla épica entre "hechiceros" y como nunca antes se había contado en los cuentos de hadas.
Esa noche todos los presentes celebraron una gran fiesta junto a la casita del bosque, a la que también fueron invitados los Ewoks.

Fin
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