Cuentos Ciencia Ficción
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Atlántida

Una leyenda de los antiguos griegos, cuenta que Atlántida era una isla enorme y poderosa. Tan o más grande que Libia y Asia Menor reunidas. Se dice que existió hace miles de años en medio del brumoso y agitado océano Atlántico.

Lejos... muy lejos... más allá de las Columnas de Hércules*. Sus habitantes —los atlantes— adelantadísimos en tecnología y cultura, forjaron una sociedad extraordinariamente organizada, erudita y próspera.

En definitiva: se trataba de una civilización vigoroza y adelantada para su tiempo, ya que el resto del mundo parecía vivir en una era precaria; mucho más propia de los tiempos arcaicos a los que nos referimos.

Atlántida era una cultura sin igual y como nunca ha presenciado nuestra humanidad moderna. Alcanzaron un dominio tecnológico tan sofisticado y sublime que les permitió, incluso, construir gigantescos templos conectados por estupendos canales de agua, maravillosos palacios rodeados de bellos jardines, y formidables pirámides... tan o más magníficas que las de Egipto. Así, también, gozaban de la protección de una poderosa y entrenada fuerza naval que navegaba alrededor de la prodigiosa isla y sus anillos.

O así es, más o menos, cómo la retratan los diálogos de Platón —Timeo y Critias— escritos en el siglo IV de la era pre-cristiana. Platón dijo que esa historia se le contó su mentor, Sócrates; quién a su vez la escuchó de Solón, quién la habría aprendido de su padre. Y quién sabe de dónde la sacó este último.

Sea como fuere, sus orígenes verdaderos tal vez se pierden en la insondable memoria del tiempo antiguo... o puede que todo no sea más que un gran cuento fantasioso con el que Platón divertía a sus ingenuos amigos, ya que los auténticos arqueólogos —esos que enseñan en universidades, usan sombreros de los años '20 y temen a las serpientes— no han encontrado pruebas concretas de que Atlántida haya existido alguna vez.

Los pocos hallazgos que parecen provenir de Atlántida suelen, por lo corriente, ser vestigios de otras viejas culturas pre-cristianas, o quizá precolombinas, ya conocidas:
  1. Una teoría dice que Atlántida sucumbió en la isla de Thera, en el mar Egeo.
  2. Otra dice que está hundida en la cadena de islas de Bimini, en las Bahamas.
  3. Otra dice que frente a la costa de Portugal.
  4. Otra más, que se encuentra congelada bajo los hielos de la Antártida.
  5. Alguna teoría exótica sugiere la costa de las islas Ryukyuen, en Japón.
  6. No falta quién cree que Sudamérica era Atlántida.
  7. Están los que sospechan que era Isla de Pascua o por ahí.
  8. Y hasta algún despistadillo afirma que está bajo las aguas del archipiélago chilote, en Chile.
En fin... fuera cuento o realidad, el rumor creció como la levadura en el pan durante miles de años. Así es como su leyenda inspiró a muchos aventureros a buscar la famosa civilización perdida. Y digo “perdida” porque yo también la busqué y no la encontré (al menos, no del todo 🤔). Desapareció cuando los atlantes —por entonces ciudadanos honorables y conscientes de sus deberes— abandonaron sus viejas filosofías científico-humanistas para volverse arrogantes y codiciosos.

Fue así como sus habitantes quisieron ser dioses... y habiendo alcanzado el esplendor de su cultura y progreso, comenzaron a usar ese poder para oprimir a otros pueblos más pequeños, quitándole sus derechos y posesiones.

Sucedió, entonces, que los verdaderos dioses —si acaso existen— molestos por la arrogancia de los atlantes, decidieron castigarlos de la peor forma: destruyendo la isla extraordinaria por medio de un desastre natural que terminó por hundir a Atlántida bajo las oscuras olas del océano... para no ser vista nunca jamás por ojos humanos.

Bueno, en realidad la idea era que no fuera vista nunca más por ningún ojo, pero si digo “ojos humanos” suena más dramático, y naturalmente que esto hace más espeluznante mi versión del relato.

Como sea, fue una gran inundación lo que destruyó todo. Algunos dicen que la provocó un terremoto. Otros dicen que fue un tsunami. Hay quiénes dicen que la isla simplemente se desmoronó. E incluso algún soñador afirma que la isla era una gran nave espacial que salió volando hacia las estrellas de una galaxia lejana... muy... muy lejana. Pero esa idea la descarté por descabellada. 😏

Lo más seguro es que alguien olvidó ponerle el tapón a alguna pileta de alguna plaza y el agua del mar se coló por ahí; y es que los antiguos griegos ya conocían las tuberías, así que los atlantes con mayor razón.

La culpa fue de un fontanero.

Fin

* Las Columnas de Hércules (Estrecho de Gibraltar)
Hansel, Gretel y el Fantasma
Muñecos de Rose Art Studios

Parte 1
Todo comenzó unos 9 años después de la aventura original: Hansel y Gretel habían crecido, y como buenos hijos, ayudaban a su padre en las labores de la casa. Un día de primavera estaban ordenando la bodega cuando el padre de los adolescentes encontró un viejo cofrecito de hierro.
— ¡Vaya! —exclamó— ¿Qué tenemos aquí?
El hombre intentó abrir el cofre, pero sus intentos fueron infructuosos. Como no recordara poseer tal artilugio, llamó a sus hijos para dilucidar el misterio de la caja y su contenido.
— Hansel, Gretel... ¿De dónde ha venido este cofre?
— ¿Es una adivinanza? —preguntó Hansel.
— ¿O un nuevo cuento? —complementó Gretel.
— No, chicos —respondió su padre— Me refería a que si acaso tenéis alguna idea de cómo ha llegado a parar este pequeño cofre a nuestra bodega.
— ¡Aaaah! —exclamaron— Pues no —admitieron.
Desconcertado, el hombre agitó la pequeña caja junto a su oído, procurando no forzarla para no dañar su contenido, ya pudiera ser valioso.
— No suena nada —observó— ¿Será que está vacío?
— ¡Seguro contiene algo! —curioseó Hansel.
— ¿Quizá haya sido de mamá? —propuso Gretel.
Esas últimas palabras tocaron el corazón de todos, que le tomaron aprecio a la caja, hasta que Hansel dijo:
— Pero... ¿Y si hubiera sido de nuestra madrastra?
La idea no gustó a nadie y el cofre ya no era tan estimado, hasta que Gretel observó:
— O peor... ¡Podría haber sido de la bruja del bosque!
La nueva sugerencia puso a todos helados de espanto. Tanto así que al padre de los chicos se le resbaló el cofre, dejándolo caer.
— ¡Cuidado! —exclamaron Hansel y Gretel.
¡¡Slamdunk!!
Impactó pesadamente la caja.
— ¡Corran niños! —gritó el padre.
— ¡Guaaaa! —gritaron todos, huyendo hacia el bosque y con los brazos en alto.
La familia vigiló la bodega desde lejos durante varios minutos, pero como éstos pasaran y no se oyeran ruidos, supusieron que el cofre era inofensivo. Regresaron con cautela y comprobaron que todo seguía tan desordenado como cuando salieron.
— Parece que todo está bien, después de todo —dijo el padre, y ordenó— Hansel: lleva el cofre a casa del cerrajero para que lo abra y entonces conoceremos su contenido. Si acaso hay algo de valor en su interior decidiremos si vale la pena conservarlo o venderlo.
— ¿Yo? Pero... ¿Porqué yo? —preguntó Hansel, que siempre había sido muy servicial, pero consideraba que el asunto del cofre era algo fuera de lo habitual.
— Eres mayor que tu hermana —le dijo su papá.
— ¡Vale! Pero tú eres mayor que yo —observó Hansel, y agregó— Además, no hay evidencia que asegure que la caja no perteneció a la bruja espanta-niños.
— Ya, pero sólo esta mañana me pediste que no te tratara como niño, porque ya te sentías mayor...
El adolescente se llevó la mano a la cara.
— Yo llevaré el cofre al cerrajero —afirmó Gretel— que había llegado a conocer a la bruja "un poco más" que Hansel.
El padre de los chicos palideció.
— ¡No... tu eres mi niña, mi linda hija Gretel!
— Papá, los tiempos han cambiado: las chicas también podemos hacer el "trabajo sucio", y a esta edad ya no le temo a las brujas —reclamó Gretel.
— ¡Un momento! —refutó Hansel, que había ganado valor con la conversación— Lo lógico es que lo lleve yo: soy mayor que Gretel.
— De ninguna manera —argumentó Gretel— ¡Las chicas somos tan valientes como los chicos!
— Niños, niños... no es competencia —reafirmó su autoridad el papá— Yo soy vuestro padre y es mi deber protegerlos: me haré cargo del cofre.
— Está bien, papá —acataron los hijos.
— ¿Y porqué mejor no llevo yo misma mi cofre a casa del cerrajero? —propuso el fantasma de la bruja, que había seguido atentamente la conversación °-°
Un escalofrío recorrió las espaldas de nuestros protagonistas, quienes —calados de pavor hasta los huesos— reconocieron al espíritu de la bruja, parada detrás de ellos.
— ¡¡Guaaaaa!!
El griterío debió escucharse desde lejos, pues la familia corrió por sus vidas, buscando protección en la espesura del bosque.
— ¡Guajajajaja! —rió el fantasma de la bruja— Que bueno que os quedasteis con mis tesoros, porque habéis liberado mi espíritu de la prisión al dejar caer tan estrepitosamente ese cofre, que para que lo sepáis: era una puerta al inframundo. ¡Y vosotros acabáis de romper el sello! Y aunque ahora estoy debilitada pronto me recuperaré, y estaré penando en vuestra casa... ¡Guajajajaja!
Desde lejos, la familia respondió:
— ¡Esperpento, no te tememos! —le gritó Hansel, arribado a un árbol.
— ¡Bruja fea y sinvergüenza, recuerda quién te echó al horno! —le gritó Gretel, tras una roca.
— ¡Al cabo que nos íbamos a cambiar de casa! —le gritó el papá de los chicos, que en el repentino escape se había empapado en un charco de lodo.
El fantasma de la bruja sólo reía de las afrentas, imaginando una pronta venganza. La familia se reunió en el bosque:
— ¡Y ahora qué haremos, papá! —exclamó Gretel.
— ¡No podemos dejar que la bruja se apodere de la casa! —lamentó Hansel.
— ¡Tranquilos, niños! —les infundió valor el papá— Ya la haremos salir de una u otra forma.
La aparición salió de la bodega y empezó a rondar los alrededores de la casa, buscando una forma de incrementar su poder. La familia tomó, entonces, la decisión unánime de buscar apoyo en el pueblo más cercano —al otro lado del bosque—, y antes de que el espíritu del inframundo se recuperara por completo, partieron de camino; llevando una bolsa con emparedados y botellas de leche para el largo trayecto que les esperaba.


Parte 2
Era Julio de 1994 y el cometa Shoemaker-Levy 9 impactaba al planeta Júpiter, formando una serie de destellos anillados que perdurarían durante horas en la superficie de aquel mundo gaseoso. Los astrónomos estaban fascinados.

— ¡Guau! —exclamó Yar Ztnats— ¡Las composiciones creadas por la Sección de Diseño de Misiones del Laboratorio de Propulsión a Reacción de la NASA, usando cálculos orbitales de la Sección de Navegación, son sencillamente espectaculares!
— Es verdad, aunque esto del espacio está un poco fuera de nuestra "jurisdicción" —espetó Retep Namkcnev.
El Dr. Namkcnev, junto a su equipo de científicos, habían sido invitados de honor para presenciar el evento astronómico en las dependencias de la NASA.
— No deja de ser un fenómeno fascinante —analizó otro colega, el Dr. Noge Relgneps.
— Lo que aún no entiendo es porqué las credenciales que nos dieron están escritas al revés —observó el 4º integrante: el especialista Notsniw Eromeddez.
— Carl Sagan me dijo que fue error del diseñador gráfico —le explicó Noge.
Finalizado el evento y las tertulias, el grupo dejó las dependencias de la NASA para regresar a sus labores habituales, al interior de un enigmático edificio del casco antiguo de la ciudad de Nueva York. La secretaria, Eninaj, les tenía un nuevo trabajo:
— Mientras ustedes veían la Luna, un cliente llamó a la central.
— No era la Luna: era un Supercometa estrellándose en un Superplaneta.
— Lo que sea. El cliente pedía ayuda urgente debido a extraños incidentes en su fábrica de chocolates.
— ¡Iremos de inmediato! °-°
Los expertos se quitaron sus corbatas y cambiaron sus elegantes trajes por una sofisticada indumentaria de fumigación. Abordaron su vehículo para emergencias, y haciendo sonar la sirena, salieron disparados hacia la dirección proporcionada por la atractiva Eninaj. Llegados a la fábrica, comprobaron que estaba deshabitada, pues habían evacuado a todo el personal.
Los expertos activaron sus instrumentos:
— ¿Hay alguna señal? —preguntó Notsniw.
— Aparte de nuestra verde y nauseabunda mascota: tenemos actividad espectral tipo 10.
— Una fábrica de chocolates... ¡Menudo lugar para una actividad espectral tipo 10!
Un ruido a sus espaldas llamó la atención de Notsniw, quien con su "fumigador" disparó accidentalmente un rayo de energía hacia un contenedor de acero inoxidable: el contenido explotó en un achocolatado tsunami de dulzura que escurrió en dirección del grupo, manchando a los expertos. Un mapache se escabulló por un tubo que daba al exterior.
— ¡Lo siento, chicos! —se disculpó— Creo que hoy no es mi día.
Estaba por ser elogiado cuando inesperadamente se apareció en medio del grupo la actividad espectral tipo 10. Los expertos saltaron ante la impresión, pero inmediatamente activaron cada uno sus fumigadores, lanzando ingentes rayos de energía que fueron a parar a diferentes maquinarias de la fábrica, dejando literalmente "la crema".
La mascota del equipo aprovechó de ingerir la mayor cantidad de chocolate posible. No obstante —antes de que la fábrica quedara inutilizable— el Dr. Namkcnev lanzó una caja conectada a un largo cable, debajo de la actividad espectral, que yacía apresada entre los rayos. Presionó un botón rojo que terminó activando la trampa: finalmente el fantasma estaba atrapado en el contenedor.
— ¡Bien hecho, Noge!
— Otro trabajo bien terminado para los "Samsatnafazac".
— Déjalo ya, Egon: olvida las credenciales.
— Lo siento... Otro trabajo bien terminado para los Cazafantasmas.
— ¡¡Siiii!! —exclamaron todos.
Los Auténticos Cazafantasmas volvían a usar sus nombres.
Inesperadamente la trampa que contenía al recién atrapado fantasma comenzó a agitarse con fuerza, hasta que logró soltarse de la mano de Egon Spengler, liberando al espectro tipo 10.
— ¡Recórcholis, muchachos! —exclamó Peter Venckman— ¡Es más fuerte de lo que suponemos: cuidado con él!
— ¡No puede ser! —gritó Ray Stantz.
— ¡Maldición! —profirió Winston Zeddemore.
El fantasma les enfrentó:
— ¡Un momento, Cazafantasmas! —les dijo— He venido en son de paz.
— ¿Acaso hablas? ¿Pretendes aparentar ser amable?
— Si y no —dijo el fantasma— Verán: estoy aquí con una misión.
— Claro, todos dicen lo mismo. ¡No te creemos!
Egon Interrumpió:
— Un momento, Peter, el indicador muestra energía benigna; es como un detector de mentiras que está diciéndonos que la actividad espectral tipo 10 nos está diciendo la verdad. Me parece que deberíamos escucharlo.
— Está bien —Peter se dirigió al espectro— ¡Pero sólo porque lo pide Egon! Dinos... ¿Qué misión es esa? Y te advierto que si tramas algo te aniquilaremos con nuestros rayos de protones.
El espíritu se apresuró a contestar, después de todo, la fama de los Cazafantasmas había trascendido las barreras del tiempo y el espacio.
— Veran señores —comenzó a explicar amablemente la aparición— Yo soy el "espíritu de la Navidad futura"... de hecho, ya nos conocemos: ustedes me atraparon una vez y luego me liberaron, y esta es la segunda vez que lo hacen.
— ¡Ah, ya veo, eras tú! Perdónanos: no nos acordábamos... puedes irte cuando quieras. —le respondió Peter, recordando que hablaba con un espectro de los buenos.
— Gracias. Me alegra que me recuerden. Aún así no puedo irme sin antes explicarles que me han enviado por ustedes.
— ¿Por nosotros? ¿Quién?
— Verán señores: ¿Alguna vez han oído hablar de Hansel y Gretel?
— Si, claro... es un cuento clásico. A todos nos han contado la historia cuando niños. —dijo Peter.
— De hecho, leí el cuento la semana pasada en CuentosClasicos.org —reconoció Ray.
El fantasma de la Navidad futura asintió sonriendo, y prosiguió:
— Bien. Lo que ocurre es que ese cuento está basado en una historia de la vida real.
— ¿Quieres decir que Hansel y Gretel de verdad existieron?
— Así es, pero la leyenda que todos conocemos ha sufrido un vuelco: la bruja ha regresado en forma de espíritu y está recuperando su poder. Ya se hizo con el control de la casa de los niños, y el padre de éstos ha pedido ayuda al Alcalde del pueblo para expulsar a la "ocupa", pero como se trata de un caso paranormal el Municipio les envió a consultar al mago Merlín, pero el hechicero ya tenía demasiado trabajo luchando con Morgana, así que le "tiró la pelota" a Santa Claus y éste último me contactó para saber cómo lidiar con el problema... y claro: me acordé de ustedes.
— ¡Vaya Odisea! —exclamó Peter Venckman— Pero estás hablando de algo que sucedió hace mucho... ¿Cómo se supone que podamos ayudar?
— No hay problema: recuerden que soy el fantasma de la Navidad futura y tengo el poder de viajar en el tiempo. Puedo regresar al pasado y llevarles conmigo.
Los Auténticos cazafantasmas se reunieron en círculo para resolver:
— ¡Bien, muchachos! Este caso sí es un trabajo a nuestra medida profesional.
— ¡Viajar por el tiempo suena cool!
— Estoy de acuerdo, además Hansel y Gretel son de los buenos.
— Merecen todo nuestro apoyo.
— También sería bueno para el currículum.
— ¡Está decidido!
Peter Venckman se dirigió al fantasma de la Navidad futura:
— ¡Aceptamos el encargo!
— Muy bien —dijo la aparición— entonces les trasladaré al siglo XV.
— ¡Un momento, fantasma! Antes de que partamos debes saber que podríamos necesitar de todos nuestros recursos...
En tanto esa conversación se daba en la Nueva York de 1994, en el siglo XV los niños y su padre habían llegado al pueblo a pedir auxilio al Alcalde, quien les envió a una choza en el bosque encantado para consultar con el mago Merlín, y éste —que padecía exceso de trabajo— usó una bola de cristal para comunicarse con Papá Noel (en el Polo Norte), quien a su vez invocó al espíritu de la Navidad futura pidiéndole consejo, y claro: éste se acordó que en el futuro existían los Cazafantasmas, dedicados al negocio de atrapar y almacenar fantasmas.


Parte Final
El espítiru de la bruja se había hecho tan poderoso que además de la bodega y la casa, toda la parcela y parte del bosque estaban bajo su influjo de poder. El Ecto-1 arribó al pequeño pueblo del siglo XV a través de un "vortex" inter-temporal.
— ¡Uuu uuu uuu! —Sonaba la sirena del carro.
Las gentes del pueblo huían despavoridas ya que nunca antes habían visto un automóvil, que era —por lo demás— ruidoso.
— ¡Con vuestro permiso, amables pobladores! —exclamaba Peter Venckman a través de la ventana— ¡Estamos en misión especial!
— ¡Santos protones! Juraría que estuvimos a punto de chocar con un DeLorean volador que viajaba en sentido contrario por ese vortex —aseguró el Dr. Spengler.
— ¡Naaaah! —respondieron al unísono sus compañeros.
El Ecto-1 esquivó hábilmente una carreta llena de heno, en su loco recorrido hacia el bosque por el que vivían Hansel y Gretel. Temerosas, curiosas y fascinadas, las gentes del pueblo les siguieron, pues el mago Merlín les había avisado que hechiceros poderosos, de tierras lejanas, llegarían al pueblo aquella tarde.
Atraídos por el escándalo de la bruja, otra muchedumbre se había aglomerado alrededor de la parcela cuando el Ecto-1 llegó a escena. La sirena se detuvo y Los Auténticos Cazafantasmas descendieron del vehículo, seguidos del fantasma de la Navidad futura, el mago Merlín, Santa Claus, Hansel, Gretel, el padre de dichos adolescentes... y Pegajoso.
— ¡Ningún hechicero me detendrá! —gritó el poderoso espíritu de la bruja, lanzando un rayo hacia los recién llegados. Merlín lo detuvo en el acto.
— ¡No soy yo de quien debas cuidarte, bruja! —le respondió el mago.
— Okey, chicos... ¡Es hora de mostrarle al siglo XV lo que puede hacer el buen Rock & Roll de los '80s! —exclamó Peter Venkman.
— Pero si acabamos de llegar de los '90s —observó Winston Zeddemore.
— ¿Y eso qué? ¡Lo clásico nunca pasa de moda!
Pegajoso extrajo un enorme Stereo que había llevado oculto en su ecto-estómago y apretó un botón. El tema musical de los Cazafantasmas comenzó a tocar en el preciso momento en que los rayos de protones se alzaron al cielo, colisionando con el campo de fuerza que mantenía el espíritu de la bruja. Las explosiones de energía contrapuestas fueron espectaculares. Los habitantes del siglo XV desconcertados ante la tecnología ochentosa gritaban entusiasmados...

— ¡¡Pero qué clase de magia tan poderosa es ésta!! —gemía la bruja.
— No es magia: es energía de punto espectral de protones "alfa" conducida por un campo magnético de positrones ionizados de frecuencia elevada —respondió Egon Spengler.
— ¡Atrapemos a esa bruja espanta-niños! —propueso Ray.
— ¡A por ella, chicos! —exclamó Winston.
— Hansel y Gretel... ¡Es ahora o nunca! —gritó Peter Venckman.
Aprovechando un agujero en el campo de fuerza mágica, Hansel lanzó la trampa caza-espectros hacia el centro del recinto. Un largo cable conectaba el artefacto con un botón rojo a los píes de Gretel, quien de un pisotón accionó la trampa, proyectando un haz de luz amarilla hacia el cielo. La caja comenzó a tragarse al espíritu de la bruja, quién se resistía a ser absorbida.
—¡No puede ser! ¿¿Quién demonios son uste... aaaargh... Gretel: tú otra vez, noooo!! —fue el último grito desesperado de la malvada, antes de desaparecer por completo al interior de la caja, que se cerró automáticamente... echando humito.
♪ ♫
Un grito multitudinario y jubiloso, además de un aplauso interminable y vigoroso, recorrió las filas de curiosos. Los habitantes del pueblo estaban encantados de haber presenciado una batalla épica entre "hechiceros" y como nunca antes se había contado en los cuentos de hadas.
Esa noche todos los presentes celebraron una gran fiesta junto a la casita del bosque, a la que también fueron invitados los Ewoks.

Fin
El Último Expreso de la Noche
(Para la Tía Mabel, en su 44º cumpleaños)

Ethan J. Connery

El reloj de péndulo de la biblioteca tocaba la medianoche, cuando el profesor Herrera despertó.
¡Cielos! ¿me habré dormido? —se preguntó.
Ante él, la sala de clases yacía solitaria y sus luces apagadas. ¡Que interminable día le había tocado!
¡Oh! —pensó— sólo Morfeo sabe cuántas horas han pasado.
La luz de luna que entraba por el largo ventanal a su derecha, inundaba el ambiente con fuerza seductora.
— Querida Sofi... —murmuró.
Había soñado con su amada Sofía, a quien conoció durante unas vacaciones abordo de una barcaza con destino a Puyuhuapi. Tan solita y delicada estaba ella en una esquina, apreciando los bosques que se extienden hasta la costa. El paisaje era insuperable y la embarcación flotaba placentera, cual hoja de lirio en un estanque. Amor a primera vista.
Si tan sólo pudiera dormir otro poco —pensó el profesor, quien deseaba continuar aquel sueño encantador.

Todo el mundo había partido en el expreso de la tarde. Eso incluía al director, dos profesoras, el cocinero y sus queridos alumnos, ninguno de los cuales vivía en “Cerrito Olvidado”, que tal era el pintoresco nombre del sector.
El profe”, como lo llamaban cariñosamente sus estudiantes, se había quedado revisando los exámenes hasta que el sueño lo venció. Un cerro de papeles aguardaba impasible su escrutinio.
¡Snorrrr...! —ya había comenzado a roncar de nuevo, pero un sonido no tan lejano lo despertó de improviso.
¡Tuuut Tuuuuuut! —sonó a la distancia— ¡chuku chuku chuku!
El profe se levantó de su sillón, sobresaltado. Miró por el ventanal y divisó un foco de luz redondo y amarillo que se acercaba vertiginosamente a la estación.
¡Recórcholis! —exclamó— ¡se me ha hecho tarde otra vez!
El pobre profesor, seguro de haber oído sólo once campanadas del reloj, guardó en su maletín su libro y los exámenes restantes.
¡Terminaré el trabajo en casa!
Abrió la puerta de la sala y corrió por el pasillo rumbo a la salida. Parecía una centella. —¡Qué son 75 años para un espíritu joven! —solía decir.
Por alguna razón el profesor Herrera siempre era la última persona en irse de la escuela. El portero lo sabía y por eso le dejaba la copia de las llaves debajo del pisapapeles con forma de hidroavión, sobre el escritorio.
¡La llave! —se acordó nada más llegar a la puerta de salida, y acto seguido volvió “volando” a la sala. Levantó el pequeño hidroavión y descubrió con horror que la llave que abría la única puerta funcional del recinto, no estaba.
— ¡Por Plutón! —imprecó el profesor de matemáticas— ¡no es posible!

Efectivamente, el portero había olvidado el encargo, y no era la primera vez. Para ese entonces el tren ya había arribado a la pequeña estación, iluminada con un par de focos a trescientos metros de la escuela. Cerrito Olvidado era un pueblo pequeño. Tan pequeño que sólo lo conforma la escuela, la estación, la cabaña de Eric (el portero), y un galpón que guardaba una vieja locomotora Pacific un tanto oxidada y en la que los niños jugaban durante los recreos. Todo ello al atento resguardo de los tres profesores de la escuela “Christa McAuliffe”.

El profesor sabía que aparte de él, nadie más abordaría el último expreso de la noche. La estación estaba vacía, y en distancia le pareció ver a Eric durmiendo en la oficina de boletos. De su maletín extrajo unos prismáticos que usaba para buscar planetas cuando viajaba de noche a bordo del expreso. Dirigió los lentes hacia la oficina de boletos y enfocó...
¡En efecto! Ahí estaba el bueno de Eric, sentado, con el asiento echado hacia atrás contra el mesón, y su ridículo sombrero de “cowboy” en la cara.
¡Roncando de lo lindo y yo aquí atrapado! —se quejó el profesor.
El pobre Eric además de guardia y portero, era el gásfiter, el mecánico, el nochero, el vendedor de boletos de tren, y el ahuyentador de pumas ocasionales. Incluso ayudaba en la cocina y su salsa de champiñones era mundialmente famosa entre los habitantes del Cerrito Olvidado.
¿A quién se le ocurriría levantar una escuela en un lugar tan apartado?
Los niños venían desde “Cerrito Alejado”, a unos 6 o 7 kilómetros. Nadie en Chile recuerda a Cerrito Alejado, ¿qué más le queda a Cerrito Olvidado?
El maquinista sabía que el profesor salía tarde del trabajo, pero todos tenían un horario que cumplir: si el Sr. Herrera no llegaba a las 00:15 horas a la estación, se entendería no había pasajeros y el tren partiría según el itinerario.
— ¡Eric, me quedaré encerrado! —gritó el profesor— ¡Ah, bribonzuelo!

De nuevo se acordó de Sofía. Si no llegaba a casa ella esperaría en vano, preocupada. Recordó el bello autorretrato que su esposa pintó para su cumpleaños, exactamente un año atrás. Era el regalo más bonito: la dulzura que infundía aquella mirada era miel para su corazón, enamorado del recuerdo.
Es mi cumpleaños y Sofi me espera. —pensó. ¿Qué podía hacer?
Miró el pestillo de la ventana, pero él no iba a salir por ahí como un vulgar ladrón. El profesor era caballero de la vieja escuela, y ellos salen por la puerta.
¡Tuuut Tuuuuuut! —sonó por vez segunda la bocina del tren.
Sofia era más importante que el ego caballeresco, así que el profe saltó sobre el pupitre más elegante, giró el pestillo de la ventana y lo rompió.
¡No puede ser, que mala suerte! —exclamó incrédulo.
Con la mirada perdida unos segundos, intentó buscar una solución matemática al problema, pero no la encontró. En aquel efímero instante, un pequeño punto de luz en el suelo de la sala, llamó su atención. Bajó del pupitre y recogió el objeto: era un clip metálico que brillaba a la luz de la luna. No lo pensó dos veces: tomó el clip, se hizo un ganchito y corrió una vez más por el pasillo, de regreso a la salida. ¡Tenía que funcionar!, introdujo el gancho a la cerradura mientras giraba la manilla. Lo hizo varias veces pero no abría.
¡Vamos! —se animó— ¡si a MacGyver le funcionaba en la tele!
Su afición a los clásicos en VHS no había pasado de moda para él.
¡Tuuut Tuuuuuut! —sonó por vez tercera la bocina del tren.
El profesor sabía que cinco minutos después el tren partiría sin más. Era ahora o nunca, pero pasaron los minutos y la improvisada llave no giraba.
De haber hecho Eric su trabajo, él no se encontraría en esa situación.
— ¿Olvidarse la llave, quedarse dormido y no despertar con la bocina del tren, dejándome aquí encerrado? ¡Ni que hubiera conspirado contra mí! —se quejó.
¡Chuuf chuuf chuuf! —se oía en la estación— ¡chuuuku chuuku chuuku...!
¡Chuku...! —repitió el profesor, conjurando a la cerradura para que entendiera la difícil situación.

Era claro que el tren había partido, y a medida que se alejaba, el profesor dejó de insistir... hasta que se detuvo finalmente. Aun abriendo la puerta sabía que no podía darle alcance a un moderno ferrocarril. El profe soltó su maletín.
¡Lo perdí! —se dijo en voz alta y acongojado, revelando a un ser humano capaz de cometer errores, como cualquiera.
Metió una mano en el bolsillo interior de su abrigo y extrajo su boleto de tren, pero casi al instante se le cayó. ¿De qué le servía hora?
Sofía... —murmuró impotente.
Los ojos del profe humedecieron, y una lágrima se liberó cayendo sobre el boleto que yacía en el suelo. Rendido, se sentó en el frío piso de madera y ahí permaneció, observando con el boleto con tristeza. A lo lejos las ruedas del último expreso de la noche resonaban sobre sus rieles sinuosos, adentrándose en lo profundo del bosque que cubría los parajes de Cerrito Olvidado.

El crepúsculo llegó con fuerza cuando el generador a diésel se detuvo y las luces de la estación se apagaron, dando lugar al profundo y solitario silencio de la noche. El profesor se cubrió con su abrigo ahí mismo donde estaba, pensando en Sofía. De alguna manera creía oír en la distancia al "Ángel", de Sarah McLachlan, aquel tema musical que tanto gustó a Sofía en sus últimos años. La noche se tornó fría y desolada. De vez en cuando el profe despertaba incómodo.
Si al menos hubiera traído mi saquito de dormir... —pensó de repente. Parecía que iba a dormirse de nuevo, cuando entreabrió un ojo y le pareció ver un destello de luz sobre el boleto de tren. De pronto el billete se vio succionado a través de la rendija de la puerta, como tragado por una aspiradora. El profesor se reincorporó de un plumazo.
¡Vaya! —exclamó estupefacto— acaba de volar mi pase.
Dirigió instintivamente la mano a la manilla de la puerta y casi al instante se detuvo al recordar que estaba cerrado. Sin embargo, el ganchito que había construido giró sólo y se abrió la cerradura. Una luz entró por los bordes de la puerta y una bocanada de aire tibio se coló al interior. La puerta se abría. 

¿Eric? —preguntó en voz alta el profesor.
Se acomodaba el cuello del abrigo cuando su atención quedó hechizada al observar que, tras la puerta y en lugar del sendero que da a la estación, la salida se hallaba por encima de unos rieles de ferrocarril, que estrepitosamente y a gran velocidad se alejaban... hacia un horizonte indescifrable. Como si fuera la puerta de salida del último vagón de un tren corriendo lo largo de una extensa pradera de infinitos pastizales. En lo alto, la luz de una luna bañaba de azul el impresionante paisaje, así como la copa de los árboles que cada cierto tramo aparecían junto a la vía. El profesor Herrera no salía de su asombro.
¡Cielo santísimo! —exclamó finalmente— ¿estaré soñando?
El viento se arremolinó a su alrededor, enmarañando su cabello. Podía sentir el vaivén del vagón en el piso de la escuela. Las paredes se movían.
¡Chuku chuku chuku! —la atmósfera era inconfundible. Si hasta podía oler la caldera de una vieja locomotora a vapor funcionando al rojo vivo. No tenía sentido. No en el mundo humano. El era hombre de ciencia, y donde la ciencia gobierna no hay lugar para lo que está más allá de lo extraordinario.

Embobado ante la visión fantástica, se dio una pequeña bofetada para despertar, pero definitivamente no soñaba: la escuela avanzaba sobre rieles, ahora plagados de luceros refulgentes y hermosos planetas que giraban. El profesor Herrera, giró a sus espaldas buscando una explicación. Todo estaba en su lugar: la biblioteca, la oficina del director, las fotografías en sepia de viejos ferroviarios rescatadas de la Pacific que yacía en el galpón. Las había enmarcado él mismo con ayuda de Eric. La escuela oscilaba al vaivén del último vagón de un expreso que viajaba cuan cometa errante a través de las estrellas. Si había alguien en el mundo para quiénes una locomotora o una escuela podía ser lo mismo que una nave espacial, aquellos eran los niños de la prestigiosa Escuela Christa McAuliffe, de Cerrito Olvidado. Una escuela humilde, con un historia enigmática que contar.
Los papeles del maletín volaron por los aires, pero el profesor ya no estaba ahí. Caminaba hacia la puerta de su sala, al final del pasillo. Estaba abierta y una cálida luz le llamaba. Un aroma delicioso llegó hasta él.
El vagón cafetería está abierto, profesor. —se asomó un inspector de boletos que nunca había visto— tienen un delicioso sándwich de queso y tocino preparado para usted... ¡tal como le gustan!

Envuelto en una brisa de noche verano, el profe se vio transportado a un universo donde el tiempo no existe y el espacio no tiene fronteras. Ahí se quedó, magnetizado ante la belleza del encanto propio de los antiguos viajeros del siglo XIX que le acompañaban. Caminó al interior del vagón cafetería, al son fascinante y misterioso del último expreso de la noche, que avanzaba con energía y decisión a través del firmamento inmaculado. Un deslumbrante aerolito despertó al "cowboy" en la oficina de boletos.
¡Profesor! —exclamó Eric, pero la estrella fugaz ya se había desvanecido.

"Ya sea en cacharrito, en tren, en avión, barco, globo o nave espacial... nuestros viajes nos hacen lo que somos. Cada experiencia nos abre las puertas a un universo nuevo. Viajamos por el mundo buscando respuestas que nunca encontraremos, porque el viaje en sí es la respuesta que buscamos. A veces el mejor camino está en los insondables abismos del amor humano. La vida siempre será el primer medio de transporte, el primer vehículo que conduce nuestras voluntades hacia un cruce de posibilidades infinitas." 

¡¡Sofía!! —exclamó entre sollozos el profe Herrera, corriendo a los brazos de su amada, que había ido a buscarle...

THE END
º-º
El misterio de la momia chinchorro
Este hecho sucedió en el museo regional Ica en Nazca, Perú a 1.430,8 kilómetros del centro de Arica. La momia chinchorro desapareció inexplicablemente. Nadie aún tiene una respuesta a este gran misterio, pero como el museo esta igual que antes de la desaparición de la momia, dicen que debe haber sido una teletransportación con algún aparato de un ser no identificado de otro lugar del universo.

Coincidentemente la momia desapareció el 10 de octubre, mismo día en que personas de diferentes lugares del mundo cuentan haber visto extrañas luces en el cielo que no pudieron ser identificadas. La momia venía de la cultura chinchorro, un pueblo que vivió en Sudamérica entre Tacna y Tarapacá.

Unos investigadores a cargo de este caso cuentan que salieron a investigar a las reservas del norte de Chile y que cuando iban a descansar y a hacer sus carpas, se pusieron a cavar para prender fuego, y en eso, encontraron bajo un montón de tierra, un libro con una misteriosa nota que decía :

"Cuando la momia desaparezca en este sector, encontrarán la razón..."

El libro contaba sobre una mujer de la cultura chinchorro a la cual envenenaron por venganza ya que el padre de ésta mato al líder de otra tribu. El padre de la mujer confesaba que ella había podido contactarse con extraterrestres que le dijeron que volverían por ella. Con ese libro se afirma la teoría que dice que los extraterrestres se llevaron a la momia para guardarla como parte de su historia.

Después de una larga investigación, encontraron de vuelta a la momia enterrada en el mismo sitio donde encontraron aquel libro con la nota...

ô_ô Buuuu !!
Tía Babel
Para la tía Mabel · Por Ethan J. Connery

Era la tarde del Sábado, pero de todas maneras habría clases. Eso porque era una clase especial, por 2 razones: la primera y más importante es que la clase la haría la "Tía Babel", que es muy querida por todos los niños de la escuela. La segunda es que sería una clase de "astronomía", por lo que el pequeño Yab-yab podría vanagloriarse de opinar sobre el tema a la misma altura que la tía.
— Las clases de la tía Babel son entretenidas e interesantes. La tía es muy creativa y siempre se le ocurre cada idea loca... —se dijo el pequeño Yab-yab nada más llegar al colegio.
Entró a la sala de clases y ahí estaban todos los niños haciendo de las suyas. Caperucita comía una manzana sobre la mesa de la profe, Pulgarcito se había sacado los zapatos y caminaba entre los bancos, Hansel y Gretel habían capturado un gorrioncillo y lo enseñaban a los otros niños, y Rapunzel ...estaba haciéndose trenzas, para variar. Todo esto a vista y expectación del niño nuevo, recién llegado, que se hallaba sentado en un rincón.

En fin, la clase era un desorden y eso porque Tía Babel aun no llegaba.
— ¡Niños! ¡Todos al Patio! —Apareció Tía Babel en la puerta de la sala.
— ¡Eeeeh, Tía Babel! —exclamaban los niños, felices.
Nada más llegar Tía Babel y todos los niños eran un 6,8.

Pequeño Yab-yab se preguntaba cuando empezaría la tan esperada clase de Astronomía. En el patio se encontraba Tía Babel quien, al parecer, había instalado un pequeño telescopio para que los niños pudieran ver la Luna y las estrellas. Lástima que aun no anochecía.
— El Sol es una estrella, parecida a las que vemos en la noche, sólo que está tan cerca de la Tierra que hace que tengamos día —comenzó Tía Babel.
Los niños ya se habían reunido entorno de la tía más querida de la galaxia y escuchaban atentamente sus palabras.
— Alrededor del Sol giran varios planetas que son redondos y más chiquititos; como la Tierra, por ejemplo. El planeta dónde vivimos está en tercer lugar...
— Tía Babel, ¿Y qué planeta está en primer lugar? —preguntó Hansel.
— En primer lugar está Mercurio.
— ¡Mercurio le ganó a la Tierra! —gritó Hansel.
— ¡Ooooh! -exclamaron los niños.
— Bueno, podríamos decir que sí... —dijo Tía Babel. 
— Tía Babel, Tía Babel... ¿Y qué planeta está en segundo lugar? -preguntó Gretel.
— Bueno, Venus es el segundo planeta, pero...
— ¡Venus le ganó a la Tierra! —gritó Gretel.
— ¡Ooooh! —exclamaron los niños— Tiene razón Gretel, Tía Babel. Venus también le ganó a la Tierra.
Parecían maravillados los niños ante estas revelaciones, menos el niño nuevo y el pequeño Yab-yab, que se habían llevado una mano a la cara.
— A ver... preguntémosle al pequeño Yab-yab qué opina, parece que tiene algo que decir.
Todos los niños miraron con ojos preguntones a Yab-yab. Si Tía Babel decía que Yab-yab tenía algo que decir, era porque sin duda el pequeño tenía algo que decir.
— Yo creo —dijo Yab-yab— que Venus le ganó a la Tierra, pero perdió ante Mercurio.
— ¡Ooooh! —exclamaron los niños— ¡Tiene razón Yab-yab, Tía Babel, Yab-yab tiene razón!
— Pero la Tierra no perdió la carrera, ¿verdad Tía Babel? —preguntó el pequeño Yab-yab.
Los niños miraron a Tía Babel, esperando expectantes su muy sabia respuesta.
— Si Yab-yab, tienes razón: la Tierra le ganó a... Marte.
— ¡¡Eeeeh!! —gritaron entre aplausos y vítores los niños— ¡Le ganamos a Marte, le ganamos a Marte!
El niño nuevo se achunchó, pero los demás rebozaban de alegría.
— ¡Un momento! —intervino Pulgarcito— ¿Pero, y la Luna en qué lugar quedó?
— ¡Ooooh, la Luna... la Luna...! -comenzaron los niños.
Ya era casi de noche y la Luna se hallaba brillante sobre sus cabezas. La Tía Babel miró atentamente la Luna, como esperando una respuesta... ¿en qué Lugar de la carrera había llegado la Luna?
— Lo que pasa es que la Luna hizo trampa: se aprovechó de que la Tierra se iba adelantando y se quedó dando vueltas alrededor de ella mientras avanzaba.
— ¡Oh, entonces la Luna es una tramposa! —exclamó asombrada Caperucita.
Los niños miraron con ojos acusadores a la Luna, que parecía esconderse detrás de una nube para ocultar su vergüenza.
— Pero fíjense niños, que por hacer trampa, la Luna quedó atrapada alrededor de la Tierra, y si eso no hubiera pasado, ahora no tendríamos esta Luna tan bonita que nos cuida esta noche.
Los niños admiraron la Luna con nostalgia porque en sus corazones la habían perdonado. La Luna no se dejó esperar y salió detrás de la nube para alegrar con su brillo la fascinante clase de la Tía Babel.
— Tía Babel, ¿y vive gente en la Luna? —preguntó curiosa Rapunzel.
— No "trencitas", nadie vive en la Luna... pero si alguno de ustedes cuando grande llegara a ser astronauta, entonces si, existe la posibilidad que visiten la Luna. ¿A quién de ustedes les gustaría ser astronauta? —preguntó la adorable profesora.
— ¡Yo, yo, yo! —levantaban la mano, los niños. Pero el niño nuevo no dijo nada, sólo sonreía. Entanto Yab-yab aun seguía fascinado mirando la Luna. 
— ¡Tum-tum, tum tum! —el corazón del pequeño Yab-yab latía con fuerza cada vez que la Luna brillaba redondita en el firmamento.
— Me gustaría conocer un marciano —dijo Hansel, muy resuelto.
— ¡Ji-ji-ji! -se reían los niños, ya que nadie más creía en los marcianos.
— ¡Noooo: los marcianos no existen! —explicó Gretel— ¿Verdad que no existen los marcianos, Tía Babel?
— Bueno, ¡Nunca nadie ha visto uno, todavía! —explicó la Tía— pero de seguro que pueden haber otros niñitos como ustedes, allá en la estrellas... ¡Hay tanto que no conocemos!
La pregunta había cortado la inspiración del pequeño Yab-yab, quien nuevamente se había llevado la mano a la cara.
— Bueno Tïa, ¿Y cuando vamos a ver por el telescopio? —preguntó Yab-yab, finalmente.
— ¿Telescopio? ¿Cual telescopio? —preguntó Tía Babel, sorprendida.
— Aquel que instaló en el patio esta tarde, naturalmente —explicó agrandado, Yab-yab, señalando el objeto que se encontraba al otro lado del patio de recreo.
Los niños miraron hacia dónde Yab-yab señalaba, incluida la Tía Babel quién no recordaba haber instalado un telescopio. El pequeño Yab-yab levantó una ceja cuando vio la expresión de sorpresa en la cara de sus compañeros. Lo que había al otro lado del patio no era un telescopio, sino un pequeño platillo volador. ¡Tía Babel estaba desconcertada!
— ¡Me descubrieron, me descubrieron! —gritó el niño nuevo, quién hasta el momento había pasado casi desapercibido para sus compañeros, pero no para Tía Babel que había notado su extraño atuendo.
El niño nuevo corrió hacia el platillo volador y entonces todos lo notaron: tenía 2 grandes ojos oscuros, un par de antenas nacían de su cabeza, y además... era de color verde.
— ¡Pero si no es un niño! —exclamó Caperucita.
— ¡Es un marciano! —gritó Hansel.
— ¡Es un niño-marciano! —aclaró Gretel.
— ¡¡Guaaaa!! —gritaron los niños y comenzaron a correr alrededor de la Tía. Si hay una tía que podía salvarlos de un marciano, aquella sólo podía ser "Tía Babel". 
— ¿No será otra broma tuya, pequeño Yab-yab? —preguntó la Tía.
Yab-yab tenía sus ojos abiertos como platos ante el encuentro cercano, y sólo atinó a contestar que no, con un movimiento de cabeza.

El platillo volador se elevó a toda velocidad hacia el firmamento, llevando a su único ocupante...
— ¡¡FIIIUUUUMMMMM!!
La nave espacial se detuvo a la altura de las nubes y regresó a toda velocidad, deteniéndose en el centro del grupo de niños.
— Por cierto, Tía Babel... ¡Los marcianos le ganamos la carrera a los jupiterianos! ¡Marte le ganó la carrera al planeta más grande del Sistema Solar! ¡Ha-ha-ha-ha! -reía alegre el marciano mientras emprendía nuevamente vuelo hacia las estrellas.
El viento levantado por la potencia de la nave había hecho volar la capa de Caperucita, el gorrión de Hansel y Gretel había huído en la confusión, pulgarcito se hallaba aferrado a la rama de un árbol y Rapunzel tenía las trenzas enredadas. En cuanto a Tía Babel, se hallaba tan sorprendida que no alcanzó a ver cómo el pequeño Yab-yab se escapaba de la clase para contarles este cuento a todo el Mundo.
— ¡Olvidaste tu lonchera, pequeño marciano! —exclamó finalmente hacia las nubes, Tía Babel.

Fin
La Esfera de Marskid
Ethan J. Connery



Dibujo alienígena de YFoley (Pixabay)
— Rediseñado por Connery —

Este cuento es sobre dos niños de verdad, que —como todos los niños— gustaban de aprender y de jugar. Uno se llamaba Rick y al otro lo llamaremos “Marskid”, pero entre ellos no se conocían porque eran diferentes:
  • Rick era blanco y Marskid era de color verde.
  • Rick vivía en la Tierra y Marskid vivía en el espacio.
  • Rick creció en el pasado y Marskid venía del futuro.
  • Rick era humano y Marskid era marciano.
Si hasta aquí no te has perdido °-° continuamos...

Sucedió que un buen día de primavera —de esos del siglo XX. ¡Que tiempos aquellos!— Rick caminaba por un sendero en lo profundo de un bosque. Buscaba fósiles, pues —como todo Scout—  amaba explorar sitios remotos y acampar en los cerros.

Estando así el niño —en sus andanzas y medio perdido entre las montañas— apareció en lo alto del cielo una nubecilla dorada. La pequeña nube se escapó de sus papás mayores (los grandes cúmulos tormentosos que desafían a los viajeros) y bajó para descansar un rato de tanto volar por el mundo.

Cuál sería la suerte de Rick cuando se encontró con la pequeña nube, cansada en el camino, y ambos se hicieron amigos. Conversaron largamente aquella tarde junto a una fogata. Llegada la noche se quedaron dormidos, y así —medio en sueños— la nubecita invitó al niño a volar para conocer la Tierra desde las alturas.

El pequeño Rick —sentado ya en su nube voladora— se elevó hacia el cielo nocturno, volando lejos, muy lejos...  Más allá de los montes cercanos... Más allá de las montañas... Incluso más allá de las nubes tormentosas y del propio firmamento estrellado. Y así —volando, volando— ambos amigos llegaron más allá del tiempo...
— ¿Dónde estamos? —preguntó Rick en un momento especial.
— Este es el mundo sin tiempo —respondió la nubecita— Aquí es donde todo sucede y nada sucede. Es el túnel vacío que siempre está lleno. Un lugar de paso donde nada se escucha pero todo lo oyes.
— No entiendo mucho lo que quieres decir —dijo Rick— pero la brisa es cálida y eso me reconforta.
Cuando ya habían volado lo suficiente, la nubecita dorada comenzó a descender hacia lo que parecía ser una gran ciudad colmada de luces y cristales que iluminaban el silencio de la noche. La nube se posó en la cima de un enorme edificio. Era tan alto, pero tan alto que a Rick le pareció más bien una montaña.

Del suelo surgió una luz blanca y un simpático amiguito emergió como por arte de magia.
— Hola Rick. ¡Bienvenido a la Tierra! —dijo el personaje (que era tan pequeño como el niño, pero a diferencia de éste, su color era verde y tenía una extraña vocecita que se oía en todas partes).
— ¡Hola! —respondió educadamente Rick— Vengo en son de paz.
Rick levanto su brazo mostrando la palma de su mano derecha.
— ¡Lo sé! —respondió su nuevo amigo— Mi nombre es §☼'Øß⌂×, pero si no puedes pronunciarlo llámame como gustes.
— Suena difícil. ¿Está bien si te llamo “Marskid”? °-°
— Me agrada — dijo §☼'Øß⌂×, y a partir de entonces Rick le llamó Marskid (el niño marciano).
Ambos niños se dieron la mano mientras la nubecita giraba en torno a ellos.
— ¡Ven! —propuso Marskid mientras montaba en la nube voladora— ¡Ven a conocer la Tierra del Futuro!
Y los tres amigos se fueron conversando muchas cosas mientras volaban sobre la Ciudad Celestial, recorriendo bellísimos laberintos de luz que producían dulces melodías al paso de la nube. Miles de estrellas de colores atravesaban el cielo. Algunos colores eran tan increíbles que Rick nunca los había visto en su vida.

La nubecita dorada bajó aun más, descendiendo hacia el suelo de la Tierra del Futuro hasta aterrizar en un gran círculo de luz. Muchas personas, de todas las razas conocidas y desconocidas, se habían reunido ahí.
— ¡Traemos un emisario del siglo XX! —exclamó Marskid a viva voz, dirigiéndose a las gentes que habían ido a ver— ¡Pasa amigo: preséntate!
— ¡Hola, que tal! —exclamó Rick, con alguna timidez—  Me llamo Rick. Gracias por invitarme a este lugar... es muy hermoso y tranquilo. El laberinto luminoso me recuerda a mis verdes bosques en un día soleado. ¡Me gusta mucho la Tierra del Futuro!
Las personas y seres de otros mundos sonrieron y conversaron animadamente con Rick. Hablaban diferentes idiomas, pero de alguna forma todos entendían lo que Rick les quería decir. Les parecía fascinante que un viajero del tiempo les acompañara.
— Gracias, Rick. —dijo Marskid, cuando terminó la charla, y agregó a grandes voces—  ¡Ahora llevaremos a nuestro nuevo amigo a conocer la Tierra Dilémica!
La gente entristeció al oír esto, y el niño del siglo XX —aunque maravillado por todo lo que vivía— desconocía la causa de esa tristeza. Sabía que iba a otro lugar, lejos de aquel maravilloso mundo, de modo que se despidió  de todos a la manera de los humanos del siglo XX: levantó sus manos y las agitó en el aire.
— ¡Adiós y gracias por todo, me gustaría regresar algún día! —clamó a viva voz mientras se alejaba en compañía de Marskid; montados en la siempre leal nube voladora.
De pronto Rick levantó la mirada; llamada su atención por una ola de aire. En las alturas surgió un vacío circular gigante y obscuro, rodeado de una intensa luz escarlata. Un anillo de fuego  —similar a un eclipse— creció a medida que descendía del cielo nocturno, posándose alrededor de donde volaba la nubecita con sus pasajeros. El anillo los envolvió cubriendo todo el lugar hasta cerrarse debajo de ellos. Estaban viajando a otro mundo.

Los tres amigos (nubecita, marciano y humano) se encontraron de pronto en un vasto desierto con montañas llanas y cuevas abandonadas. El cielo había desaparecido y así toda la gente. Sólo se sentía un viento frío a medida que el polvo se levantaba. Un tormenta de arena acechaba inquietante en medio de la noche más obscura que el niño de los bosques del siglo XX había visto en su vida.

Ante el desolador paisaje Rick se sintió abandonado. Se dio cuenta que ya no estaba en la nubecita, sino que sus píes se posaban sobre el suelo arenoso. Miró hacia atrás y vio que Marskid y la nube estaban detrás de él.
— ¡Menos mal que no te fuiste! —exclamó Rick, afligido y con miedo.
— ¿Porqué me iría? —preguntó extrañado Marskid.
— A veces las personas abandonan a otras —explicó a su vez, Rick.
— Pero yo no soy una persona... o al menos no un ser humano —le dijo el niño marciano— ¿Tú me abandonarías en mi lugar?
— No, por supuesto que no... ¡Somos amigos!
Marskid asintió y apoyó una mano en el hombro de Rick.
— Somos amigos: tú lo has dicho.
El niño extraterrestre abrió su otra mano y una luz emergió de su palma, iluminando el entorno.
— ¿Qué es este lugar y qué son esas cuevas?
— Escucha con atención, Rick: ahora estamos en la Tierra Dilémica... podrías llamarla “una tierra sin nombre porque no hay nadie para pronunciarlo”. Como ves, no hay vida aquí; sólo arena. No hay plantas, ni árboles, ni aves o animales. No hay arroyos ni lluvias. Todo eso quedó atrás hace mucho junto con tu pueblo desaparecido por la guerra y el deterioro medioambiental. Mi pueblo tampoco existe en esta versión de la realidad. Al menos no en la forma que yo lo concibo. No hay esperanza en este lugar: sólo los fantasmas de un pasado glorioso y caído en decadencia habitan estas oscuras moradas.
El niño de los bosque no quería creerlo. Se sentía desolado.
— ¿Quieres decir que éste es el futuro de mi Tierra? —preguntó temeroso.
— Sólo si lo llevas contigo. —le aclaró Marskid, y la nubecita dorada brilló tres veces para hacerle entender a Rick de que Marskid decía la verdad.
Los amigos montaron nuevamente la nube y volaron a través del yermo inhabitado y las tormentas de arena. Los vientos huracanados los sacaban de curso, pero ambos se aferraban con fuerza a la nubecita. Rick miraba a su alrededor, esperando encontrar algún indicio de civilización... él era Scout —un explorador— y sabía bien dónde buscar. Pero de nada le sirvió. Por más vueltas que dieron por el mundo sólo veían dunas interminables y algunos promontorios de roca gastada emergiendo en los rincones. En esa “Tierra” el Sol nunca se elevaba ni se ponía, ni la Luna acompañaba con su brillo en las eternas noches heladas, pues las nubes de tormenta cubrían por completo al planeta.
— Volvamos a las cuevas, por favor. —pidió humildemente Rick— Es lo más parecido a una casa que he visto en esta última travesía.
— Es verdad, es suficiente. —respondió Marskid, y el niño extraterrestre comenzó a brillar.
— ¡Estás brillando como la nube! —exclamó sorprendido Rick.
— Yo y la nube somos uno y el mismo. —le explicó Marskid.
En ese instante el niño extraterrestre se fundió con la nube, que ahora brillaba con un dorado tan perfecto que a Rick le pareció que montaba una fogata encendida. Los amigos volaron a toda velocidad hacia las cuevas, y en un momento a Rick le pareció que sus manos se fundían también con la nube. Levantó sus manos, asustado.
— “¡Ha ha ha!”
Rick creyó escuchar a Marskid riendo debajo de él.
— ¿Qué eres en realidad? —preguntó Rick— Pareces una nube de vapor de agua, pero hace un rato te pude tocar. ¿Cómo puedes existir así?
— Soy energía. —le reveló Marskid— Todos lo somos.
— ¿Energía? ¿Quieres decir, como electricidad?
— Eso es sólo una parte ínfima... somos algo mucho más grande.
— Explícame, por favor, quiero saber. —solicitó nuevamente, Rick.
— Somos cómo la luz de las estrellas: viajamos a través de los mundos amados; aquellos donde hay vida y aquellos que son poblados.
— ¡Pero te puedes transformar en un niño como yo!
— Sí... la materia, la energía, la vida, la inteligencia y la consciencia es lo mismo en el universo, pero en diferente grado de evolución.
Rick asintió con la cabeza, tratando de entender. Él era sólo un niño y aun le quedaba toda una vida para conocer el mundo y descubrir por su cuenta los secretos del universo.
— ¿Sobrevivirá mi pueblo, la gente de la Tierra? —preguntó finalmente.
— ¿Qué te dice tu corazón?
— ¡Que lo haremos! Que los humanos exploraremos otros planetas y, tarde o temprano, visitaremos las estrellas como hacen los tuyos.
— Guarda ese sentimiento, trabájalo y estará hecho. —dijo la nube, y Rick sintió que le guiñaba un ojo a pesar que como nube no tenía ojos (al menos no como los nuestros). °-°
La nube y su pasajero atravesaron un enorme sistema de cavernas.
— ¡Afírmate! —pidió Marskid en forma de nube, de niño marciano o lo que sea que haya sido— Volveremos a tu casa... ¡Mira hacia arriba!
— Aquí sólo hay rocas —dijo Rick, mirando el techo de la cueva.
— No, no... ¡Hacia adelante!
Rick divisó cuatro pequeñas estrellas azules que brillaban al fondo de la cueva. Pronto se dio cuenta de que en realidad iban hacia arriba y lo que estaba viendo era cielo. La nube dorada salió disparada  y fulgurante del pozo profundo, internándose hacia las estrellas. Las cuatro estrellas más grandes descendieron hasta posarse alrededor de los viajeros.
— ¡Puedo tocarlas! —exclamó el niño terrícola, sorprendido— ¡Puedo tocar las estrellas!
— Así es: somos polvo de estrellas. —explicó la luz.
Las estrellas se unieron y su luz se hizo tan pequeña como un grano de arena, para luego explotar en la forma de una perfecta esfera de cristal dorado que vibraba con la fuerza del viento, pues cada vez parecía que volaban más y más rápido.
— Debes llevarla a tu tiempo... a tu mundo. Guárdala en un lugar seguro. En tus bosques... En tus montañas... y cuando sientas que se acerca el tiempo de volver con nosotros, ve a recuperarla.
— ¿Para qué sirve?
— Es esperanza... el sentimiento compartido por todos los seres sintientes. Es lo que puede salvarnos a todos. Ya has conocido el futuro de tu planeta y tu pueblo. Estuviste en la Ciudad Celestial y conoces el desierto de la perdición. Ambos futuros están ahí adelante: de ti depende escoger el mejor futuro que puedas construir. Pero ten siempre presente que el futuro cambia... se mueve. Puedes hacer que el tiempo vaya en un sentido u otro. Sólo una parte de tu destino está escrito en el lenguaje del universo. La otra parte la escribes tú mismo, porque tú eres parte del universo.
— “Creo que entiendo.” —pensó Rick, pero no fue necesario decirlo pues Marskid le había escuchado en su corazón.
Nubecita dorada siguió volando con su ahora único pasajero a través de un vórtice de esperanza. Rick sostuvo la esfera entre sus manos.
— ¡Que extraño material! —exclamó.
La esfera giraba brillante en su mano, a voluntad.
— La esperanza es del material con que están hechos los sueños. —dijo Marskid hecho luz— La esfera te concederá un deseo. Cuando crezcas llegará el momento de pedirlo... sólo pídelo y la esfera te lo concederá por tu propia, auténtica y consciente voluntad. Procura cuidarla como aquello a lo que más ames, y sobretodo: no olvides dónde la guardarás.
— Gracias Marskid... eres un buen amigo, no olvidaré su destino.
Y así ocurrió que ambos niños regresaron a sus respectivos mundos. Convertido en un rayo de luz,  Marskid volvió a la Ciudad Celestial, en la Tierra del Futuro. Rick regreso a su Tierra, en el pasado... a sus queridos bosques del siglo XX. Volvió montado en su propia nube voladora, pues Marskid le había enseñado que el poder de los sueños ya eran parte de él. Rick guardó su esperanza en lo profundo de las montañas, atesorando aquella esfera que brillaba con el poder de cuatro estrellas. Pasaron entonces muchos, muchos años, hasta que la historia de Rick y Marskid se convirtió en leyenda...

Sucedió que un buen día de primavera —de esos del siglo XXI— una niña exploradora dirigía a un equipo de niños Scouts a través de un valle misterioso. Guiados por un viejo mapa hallado en el baúl de su abuelo, se habían adentrado en la espesura de los bosques... hacia lo profundo de las montañas. Habían oído un cuento sobre un niño que viajó al futuro, que había hecho amistad con un habitante de otro mundo, y que éste le obsequió un deseo a través de una esfera de cristal.

Se decía que ese niño nunca pidió el deseo porque el encuentro lo había colmado de esperanzas. Así, habría guardado su esfera a la espera que otros la encontraran. Ya era tarde cuando los pequeños Scouts levantaron sus carpas. Aquella noche todos soñaron con un pequeño extraterrestre que les sonreía en la distancia del tiempo y el espacio.

Fin
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