Cuentos japoneses
Cuentos japoneses
Las 6 Estatuas de Piedra y los Sombreros de Paja
Cuento Tradicional del Japón
Imagen (adaptada) de Lienyuan Lee

Érase una vez, un abuelito y una abuelita. El abuelito se ganaba la vida haciendo sombreros de paja. Los dos vivían pobremente, y un año al llegar la noche vieja no tenían dinero para comprar las pelotitas de arroz con que se celebra el Año Nuevo. Entonces, el abuelito decidió ir al pueblo y vender unos sombreros de paja. Cojió cinco, se los puso sobre la espalda, y empezó a caminar al pueblo.

El pueblo caía bastante lejos de su casita, y el abuelito se llevó todo el día cruzando campos hasta que por fin llegó. Ya allí, se puso a pregonar:
— ¡Sombreros de paja, bonitos sombreros de paja! ¿Quien quiere sombreros?
Y mira que había bastante gente de compras, para pescado, para vino y para las pelotitas de arroz, pero, como no se sale de casa el día de Año Nuevo, pues, a nadie le hacía falta un sombrero. Se acabó el día y el pobrecito no vendió ni un solo sombrero. Empezó a volver a casa, sin las pelotitas de arroz.

Al salir del pueblo, comenzó a nevar. El abuelito se sentía muy cansado y muy frío al cruzar por los campos cubiertos ahora de nieve. De repente se fijó en unas estatuas de piedra (jizos) que representaban a dioses japoneses. Había seis estatuas con las cabezas cubiertas de nieve y las caras escarchadas de hielo. El viejecito tenía buen corazón y pensó que las pobres estatuas debían tener frío. Les quitó la nieve, y uno tras uno les puso los sombreros de paja que no pudo vender, diciendo:
— Son solamente de paja pero, por favor, acéptenlos...
Pero solo tenia cinco sombreros, y las estatuas eran seis. Al faltarle un sombrero a la última, el viejecito le dio su propio sombrero, diciendo:
— Discúlpeme, por favor, por darle un sombrero tan viejo.
Y cuando acabó, siguió por entre la nieve hacia su casa. El abuelito llegaba cubierto de nieve. Cuando la abuelita le vio así, sin sombrero ni nada, le pregunto que que pasó. El le explicó lo que ocurrió ese día, que no pudo vender los sombreros, que se sintió muy triste al ver las estatuas cubiertas de nieve, y que como eran seis tuvo que usar su propio sombrero.

Al oir esto, la abuelita se alegró de tener un marido tan cariñoso:
— Hiciste bien. Aunque seamos pobres, tenemos una casita caliente y ellos no.
El abuelito, como tenía frío, se sentó al lado del fuego mientras abuelita preparó la cena. No tenían bolitas de arroz, ya que abuelito no pudo vender los sombreros, y en vez comieron solamente arroz y unos vegetales en vinagre y se fueron a la cama tempranito a dormir. A la media noche, el abuelito y la abuelita fueron despiertos por el sonido de alguien cantando. A lo primero, las voces sonaban lejos pero iban acercándose a la casa y cantaban:

El abuelito regaló sus sombreros
a las estatuas todos enteros
¡vamos a su casa, alijeros!

El abuelito y la abuelita estaban sorprendidos, aún más cuando oyeron un gran ruido, ¡Boom! ...corrieron para ver lo que era, y vaya sorpresa les dio al abrir la puerta. Paquetes y paquetes montados uno sobre otro, y llenos de pelotitas de arroz, vino y decoraciones para el Nuevo Año, mantas y kimonos bien calientes, y muchas otras Cosas. Al buscar quien les había traído todo esto, vieron a las seis estatuas alejándose con los sombreros de paja puestos en sus cabezas. Las estatuas, eran en realidad seis espíritus bondadosos que habían estado descansando de un largo viaje, y en reconocimiento de la bondad del anciano, les habían traído regalos para que los abuelitos tuvieran una próspero Año Nuevo.


Fin
La aventura de Momótaro
Cuento Tradicional Japonés
Adaptación de Ethan J. Connery

Hace mucho, en algún pequeño pueblo del lejano Japón vivía una pareja de ancianos. Un día el anciano salió a la montaña a recoger leña mientras que la anciana fue al río a lavar la ropa. En eso estaba la señora cuando un enorme melocotón Momó bajaba por el río. La anciana lo recogió y se lo llevó a su casa. Al regresar el viejo por la noche, se sorprendió de ver tan enorme melocotón y dijo:

- ¡Qué Momó tan grande encontraste vieja!, ¿que tal si lo probamos?
- ¡Sí, vamos a cortarlo! - contestó la anciana.

El viejo partió el melocotón, y... ¡Oh, sorpresa! en su interior apareció un pequeño niño. Los ancianos se sorprendieron sobremanera, y estaban muy alegres porque nunca habían tenido hijos.

- ¡Lo llamaremos Momotaro! porque nació del Momó.

Momotaro comía mucho, era un buen hijo y creció fuerte y robusto, hasta que llegó a ser el más fuerte de su aldea. Sólo había un problema: Momotaro nunca había pronunciado una sóla palabra. Por esos días corría el rumor que unos monstruos causaban alborotos y cometían fechorías por distintos pueblos. Ante eso, Momotaro pensaba para sí:

- ¡Es una injusticia, nadie debiera tolerar esta situación!

Un día excepcional los monstruos se cansaron de molestar a la gente y se fueron a su lejana isla donde vivían. Ese día Momotaro comenzó a hablar y le dijo a sus padres:

- ¡Voy a la isla de los monstruos a pelear y vencer a esos malvados que siempre atormentan a la gente! Por favor ayúdenme a preparar mi viaje.

Los ancianos se sorprendieron de escuchar la voz de Momotaro. Luego de su asombro, el anciano, se dirigió a Momotaro diciéndole:

- Hijo mío, es mejor que desistas de esa idea... ¡es muy peligrosa!

Pero los ancianos al ver la determinación de Momotaro, decidieron finalmente apoyarle, y le entregaron ropas nuevas y alimento para su viaje. La anciana le preparó un kibi dango, una albóndiga de harina de mijo, y Momotaro partió hacia la isla de los monstruos. Los ancianos rezaban para que su hijo se encontrara sano y salvo. En eso se encontró en el camino con un perro que le dijo:

- ¡Oiga! Déme un dango por favor, yo le compensaré de alguna forma.

Momotaro le entregó un dango y siguieron juntos el camino. Más tarde se encontraron con un mono, el cual pidió a Momotaro otro dango. Momotaro se lo dió y los tres siguieron por el camino, muy amigos. Caminaron y caminaron por bosques y montañas, hasta que se encontraron con un faisán que no había comido en todo el día. Al ver a Momotaro se acercó y le pidió un dango, uniéndose al grupo. Días más tarde salieron de los bosques y llegaron a una playa. La isla de los monstruos se veía en la distancia. En la playa y junto al bosque, encontraron una enorme planta Momó. Los melocotones eran tan grandes que decidieron partir uno a la mitad y usarlo como barco para llegar hasta la isla. Así fue como los amigos: el perro, el mono y el faisán junto a Momotaro, llegaron a la playa de la isla de los monstruos. Una gran pared de piedra se extendía ante ellos, y detrás, las montañas y bosques de la isla. El faisán hizo un vuelo de reconocimiento y al regresar le dijo al grupo:

- Ahora todos los monstruos están tomando Sake y algunos se han quedado dormido debido al licor.

Momotaro sabía que era la ocasión de atacar y dijo:

- ¡Vamos a por ellos!

Pero cuando recorrieron la pared de piedra no pudieron entrar, porque un gran portón que se encontraba cerrado era el único acceso al interior de la isla. En ese momento el mono trepó, saltó el portón y abrió la cerradura. Los cuatro amigos entraron a la vez y los monstruos se asustaron al verlos, pues no los esperaban. El perro mordió a un guerrero de los monstruos, el mono arañó a su general y el faisán picoteaba a un vasallo. En eso Momotaro elevó su energía (su kí) y le dió un cabezazo al Rey de los monstruos, ordenándole:

- ¡Ya no hagan más cosas malas y no asusten a la gente!

Los monstruos, espantados ante el poder de Momotaro y su ejército de amigos prometieron nunca más hacer mal a nadie si él los perdonaba:

- Perdonenos, por favor, señor: jamás volveremos a asustar a nadie, perdónenos... snif !!

Momotaro les perdonó y recuperó todos los tesoros que los monstruos habían robado a la gente. Finalmente los amigos regresaron sanos y salvos, embarcados en el melocotón, y luego a la casa de Momotaro. Los ancianos se alegraron al verlos y todo el pueblo les animó porque habían recuperado tantos tesoros.


FIN
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